Como recordará el lector, grupos de catalanistas exaltados atentaron hace poco contra unas instalaciones de Tele 5 en Tarrasa. Fulminante, el ataque se produjo con latas de gasolina y, fruto del mismo, acabó calcinada una pantalla gigante de televisión, así como otros bienes propiedad de esa empresa. Hasta ahí, rutinaria, la crónica local de sucesos identitarios. Tan rutinaria como la ristra de guiños cómplices, medias sonrisas, enrevesadas coartadas retóricas y clamorosos silencios institucionales que, invariable, se sucede tras cada alarde de vandalismo más o menos tribal como el que nos ocupa. Esa muy medida liturgia, imprescindible con tal de escenificar la aquiescencia del nacionalismo respetable, el de corbata y gemelos, a su camada negra, los expeditivos ejecutores del trabajo sucio en las calles.
Tan cara a la causa, la apología apenas velada de la delincuencia política exige un mínimo intelecto a sus oficiantes y monaguillos. Mínimo, muy mínimo. Una dotación neuronal básica, la justita con tal de nadar en la charca pestilente del filoterrorismo y, al tiempo, guardar la ropa (y la nómina) limpia de polvo y paja querellable. Se trata de un ejercicio de miseria moral que resta al alcance de cualquiera por muy limitadas que se antojen sus luces. De cualquiera, excepto del pobre Vicent Sanchis. El mismo Sanchis, Vicent, que siendo director del Avui ya facilitó que en ese diario de José Manuel Lara se tildase de "putas" a las madres de los militares españoles. Gloriosa hazaña que, quizá, le valiera el ser promovido a la jefatura del canal de televisión del Barça, empleo en el que ahora se desenvuelve con similar torpeza e idéntica necedad.
Repárese si no en su última deposición editorial, un articulito en el mismo Avui donde festeja la acción terrorista contra Tele 5 sin resguardarse tras el más elemental disimulo. Así, según el Alfonso Sastre de Laporta, "la pantalla de Tarrasa trataba a este país como una colonia y a esa ciudad como un casino". Bienvenido sea, pues, el atentado y su glorioso fuego purificador, el que ha retornado tanto la dignidad nacional a los Països Catalans como su mancillado honor a la industriosa villa de Tarrasa. Lástima, Vicent, que no ardiesen de paso unos cuantos españoles colonialistas en el empeño. En fin, paciencia, mucha paciencia, Sanchis, que todo se andará.