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José García Domínguez

Dos Patxis y un destino

Entre un vendedor de enciclopedias con denominación de origen y un vendedor de enciclopedias a secas, se han quedado con el primero.

Galicia, forzada a optar entre Feijóo y un trifásico de aguardiente, extravagante híbrido de Pol Pot y Leopoldo María Panero con el genuino Patxi Nadie en el papel de reina madre, acaba de gritar a coro un "virgencita, virgencita, que me quede como estaba". A su vez, los vascos –y las vascas– han ratificado con sus votos la gran verdad que encierra el célebre aserto heideggeriano, a saber, que "la nada nadea". Así, entre un vendedor de enciclopedias con denominación de origen y un vendedor de enciclopedias a secas, se han volcado con el primero. Ya se sabe, la historia tantas veces repetida del original y la fotocopia. Título de la película: Dos Patxis y un destino.

Por lo demás, resultados previsibles igual el uno que el otro. Y abocados a la más estricta irrelevancia local de no haber sido por el súbito cambio de partituras operado en Cataluña. Porque, amortizado el discurso de las armas en el Cantábrico, el catalanismo político vuelve a asumir la preeminencia histórica que siempre tuvo frente a los aranistas y sus epígonos. Como en tiempos de la República, pues, el foco de la tensión centrífuga se traslada de nuevo a Barcelona. Un intercambio de papeles que, quiéralo o no, aboca al PNV al seguidismo de las estrategias que se decidan en la Plaza de San Jaime. Algo que pone fecha fija de caducidad a cualquier apaño circunstancial de Urkullu con PP o PSOE. Y es que, iniciado el órdago soberanista de CiU, difícil sería que el lehendakari pudiera sustraerse a un impulso mimético en el País Vasco.

Y más ahora, sintiendo a cada instante el aliento de Bildu en la nuca. De ahí que, si no hoy, la confluencia entre la derecha abertzale y la izquierda ídem sea apenas una cuestión de tiempo. Un escenario, el de la coalición PNV-Bildu, a contemplar para mediados de la legislatura, tal vez antes. A la espera de esa hora, la de la verdad, el PSOE –o lo que quede de él– nos seguirá manteniendo entretenidos con los muñecos de José Luis Moreno. En Madrid, Rockefeller-Rubalcaba dando cuerda al Mcguffin del federalismo, esa cortina de humo para administrar su crónica indefinición frente al concepto discutido y discutible. En Vitoria y en Barcelona, Monchito practicando la equidistancia desde el coqueteo con el derecho a decidir. En fin, con Irún y Portbou a punto de cerrarnos la aduana, habrá que ir pensando en el viejo túnel de Canfranc. Al menos, que nos quede un paso a Francia.

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