El difunto Vázquez Montalbán acuñó en su día la célebre boutade de que los españoles ya solo tenemos en común la liga de fútbol y El Corte Inglés. Pero se le olvidó mentar el europapanatismo, la pacata devoción por Uropa que, sin excepción conocida, comparten nuestras elites políticas. Desde los dos grandes mastodontes, PP y PSOE, hasta esa innumera miríada de furiosos enanitos gruñones que pugnan por disputarles su trozo de queso, todos son más papistas que el Papa cuando se mienta la UE. Ni en el Consejo Nacional del Movimiento de cuando Franco creo yo que hubiese semejantes unanimidades peñadas de rendido entusiasmo por la causa. Diríase que, más que El Capital o la Biblia, Vente a Alemania, Pepe ha sido la gran obra que ha marcado la cosmovisión de nuestra clase dirigente. Extraño país éste.
Hay quien dice que esa extravagancia algo cómica procede de la memoria, aún viva, del pasado autoritario. Pero también Portugal y Grecia disfrutaron de sus respectivos dictadores y, sin embargo, nada remotamente similar les ocurre a ellos. Extraño país, sí. Por lo demás, y como suele ocurrir desde el siglo XVII a esta parte, los españoles marchamos con el pie cambiado con relación al resto de los europeos. Cuanto aquí resulta embelesada devoción por Bruselas, al otro lado de los Pirineos es hoy franco escepticismo, cuando no expreso repudio. Lúcido descreer, el de la Europa sin complejos, que será, suprema paradoja, lo único que nos pueda salvar. Porque la Unión Europea únicamente tiene dos posibilidades: o convertirse en un Estado o esperar a que, más pronto o más tarde, el euro reviente. No hay más.
Pero conseguir que ese mercado persa de cazadores de subvenciones agrícolas se transforme en un Estado requería de dos milagros. El primero, que Francia renunciase a ser Francia. El segundo, que Alemania accediese a financiar el Estado del Bienestar en Andalucía. He ahí el verdadero debate europeo, todo lo demás es charlatanería de barra de bar. Estas elecciones, por ventura para nosotros, las van a ganar los euroescépticos: en Francia, Le Pen; en Inglaterra, el estrambótico UKIP ; en Grecia, Syriza; y en los otros, la abstención. Algo que suscitará miedo en Berlín. Y el miedo será nuestro mejor aliado. Recuérdese, el New Deal de Roosevelt únicamente se consumó gracias al miedo, el miedo a un cabo antisistema llamado Adolfo Hitler. Porque fue el gasto militar hijo del miedo –y no la capacidad de persuasión de Keynes– quien acabó con la Gran Depresión. El miedo curó de golpe la alergia de los republicanos al déficit. Y el miedo podría obrar idéntico milagro ahora. Dios guarde, pues, a los euroescépticos.