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José García Domínguez

Dilma Rousseff

Matices al margen, Chile y Brasil enarbolan la misma bandera. Por más señas, la de la Razón. Suyo es el estandarte de la sociedad abierta, el respeto a la propiedad, los derechos civiles, la democracia liberal y la apertura al mundo.

A quien se diga liberal deberían sobrarle motivos hoy con tal de festejar la victoria de esa Dilma Rousseff en Brasil. Y no porque haya ganado ella, sino porque ha perdido el populismo, virus crónico que atenaza al continente desde el instante mismo de la independencia. Llámense Chávez, Morales, Humala u Ortega, los populistas, verborreicos charlatanes que predican doctrinas que saben falsas a hombres que saben idiotas, en feliz definición de H. L. Mencken, representan el primer enemigo tanto de la libertad como del desarrollo económico en la América Latina. Y que, a diferencia de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Paraguay o Nicaragua, no hayan contagiado su irredentismo milenarista a la mayor nación del hemisferio, ha de ser causa de alegría.

Así, Lula da Silva, como antes Ricardo Lagos en Chile, supo encarnar a la otra izquierda, la que, a pesar de sí misma, anda dispuesta a transigir con la realidad. A esos efectos de coexistencia pacífica con el universo fáctico, el éxito de Brasil debería suponer la mejor barrera de contención para frenar a tantos aprendices de brujo. Y algún indicio en tal dirección comienza a emerger. Sin ir más lejos, al modo canónico de todas las naciones serias, los programas electorales de los grandes partidos no discrepaban en los asuntos fundamentales. Y es que igual de "socialista" habrá de ser la política económica de Rousseff como "liberal" hubiese resultado la de su oponente, José Serra.

Un consenso en torno a la sensatez, ése que une a los brasileños, sin duda, llamado a decepcionar a la progresía europea, siempre deseosa de que lejos, bien lejos, en el Tercer Mundo, otros materialicen sus fantasías revolucionarias de salón. Tan perentoria se antoja, sin embargo, la consolidación de una izquierda racional y racionalista en América, la de Rousseff y Lula, como la de su pareja de baile, esa derecha civil y civilizada que personifica Piñera en Chile. Pues, matices al margen, Chile y Brasil enarbolan la misma bandera. Por más señas, la de la Razón. Suyo es el estandarte de la sociedad abierta, el respeto a la propiedad, los derechos civiles, la democracia liberal y la apertura al mundo. Frente a ellos, la barbarie, dígase caudillismo, indigenismo, chavismo, narcoguerrilla o Fidel y Raúl Castro. Lo dicho: felicitémonos.

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