Es convención manida que niños, orates y borrachos dicen siempre la verdad. Yo añadiría a los cesantes. Como sus pares en activo, el cesante igual ha saboreado la hiel amarga de la adulación al líder y el ditirambo, humillación a la que ningún ego que se precie sobrevive inmune. Y más, cual viene a ser el caso, si concedió rebajarse en vano. Razón última, por cierto, de su definitivo estoicismo. Pues en todo cesante habita un descreído absoluto que ya nada espera. Un escéptico instalado en la aristocrática imperturbabilidad de la ataraxia, he ahí el retrato moral del cesante. Así Jordi Sevilla, imprudente pedagogo al que nunca se le habría de perdonar la temeraria audacia de aquel par de tardes de ciencia abortada en el parvulario de La Moncloa.
Ahora, y con ocasión de esas hablillas –"informaciones" les dicen en los periódicos– a cuenta del seppuku ritual de Zapatero, el que se anunciaría al común el dos de abril, uno tiende a creer al cesante Sevilla que, a su vez, nada cree. Y tiende uno a creerle aunque solo fuese por la inusual consistencia lógica de su personal razonar. Al respecto, ha advertido el hombre que la "filtración" únicamente puede provenir de dos fuentes. O el propio Zapatero ha dado en propalarla, lo que no dejaría de constituir muy gratuita idiotez. O, por el contrario, la especie habría surgido de algún clan refractario a su continuidad, lo que no dejaría de constituir prueba definitiva de que aún no está descartada. Por lo menos, a fecha de hoy.
Dejemos a un lado, en fin, que ZP jamás se presentó a unas primarias para ser designado candidato, sino que ganó la Secretaría General en un Congreso del partido. De paso, arrinconemos en el mismo lado la fantasía de que cabe pastorear la transición en el PSOE a imagen y semejanza de lo acontecido con la grey de Rajoy, falange lanar incapaz de rechistar al mando. Y es que, acaso por evidente, nadie parece verlo pero, tal como clama Sevilla en el desierto, si alguien sabe imposible nombrar a dedo al sucesor, es el propio Zapatero. Que no otro se impuso hace once años frente al designio del aparato (y del sentido común). Ah, las hablillas.