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José García Domínguez

Dawkins contra el Papa

Muy personal e intransferible lacra humana, ésa, que ni convierte al profesor Dawkins en reo de perversión de menores, ni a su superior académico, el rector de Oxford, en alimaña civil a exterminar al expeditivo modo.

Que la proyección pública de una causa tan respetable como la del ateísmo haya caído en manos de ese histrión narcisista, Richard Dawkins, confirma hasta qué punto la alquimia de los medios audiovisuales de masas, su poder omnímodo para transmutar en espectáculo circense cualquier dimensión de la existencia, igual la política que la metafísica, no conoce límite. Así, rendido devoto de ese dios menor, el de la zafiedad estética y la grosería intelectual al que igual rinde culto ubicuo la televisión, Dawkins ha devenido en el alter ego de Ian Paisley, aquel reverendo tronado que quería reconocer al Anticristo tras el báculo de Juan Pablo II.

Por lo demás, repárese en que tras la iconografía de la procesión londinense contra el Papa, tanto en la plástica inquisitorial de los postulantes como en la pirotecnia retórica de los oradores, habita la prueba de que uno siempre acaba por parecerse a su peor enemigo. Y no, por cierto, a Sir Tomas Moro o su admirado confidente Erasmo de Rotterdam, sino a nuestro Torquemada y su Calvino. A fin de cuentas, sólo a un fundamentalista hostil a la razón cartesiana, un integrista del todo extraviado ya para la causa laica del pensamiento, le cabe extender a las instituciones la responsabilidad por los actos individuales de sus miembros. Y es que claro que hay curas pederastas, siempre los ha habido. Del mismo modo que siempre han existido docentes universitarios que, al amparo de su ascendiente intelectual, procuraron –y procuran– escarceos sexuales con alumnos adolescentes.

Muy personal e intransferible lacra humana, ésa, que ni convierte al profesor Dawkins en reo de perversión de menores, ni a su superior académico, el rector de Oxford, en alimaña civil a exterminar al expeditivo modo. Ofende a la inteligencia siquiera enunciar premisa tan absurda. Voltaire, y junto a él los grandes libertinos de la historia, debe estar retorciéndose en su tumba. Por cierto, su íntimo enemigo y padre de todo el pensamiento reaccionario que en el mundo ha sido, Joseph de Maistre, sostenía que la religión resulta superior a la razón no porque ofrezca más respuestas convincentes, sino porque no aporta ninguna: "No persuade ni discute, ordena". ¿Quién habría de decirle que los ateos militantes acabarían siendo sus últimos discípulos sobre la Tierra?

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