Acuso recibo de que un consejo llamado nacional del PSC ha decidido que no renunciará al irrenunciable derecho a decidir salvo si el Estado renunciase a decidir que les autoriza a decidir, en cuyo caso no se decidirían a decidir hasta nueva decisión. Nada nuevo bajo el sol, por lo demás. Pues de antiguo es sabido que Marx y Engels siempre gozaron de mucho menor ascendiente doctrinal entre la dirección de los socialistas catalanes que Mario Moreno Cantinflas. Quizá la única nota de color reseñable sea ese pícnico 13% de votos cosechados por el sector que se presume más nacionalista dentro del partido. Estricta insignificancia interna, la de los ruidosos aberchales del PSC, que se corresponde con su paralela irrelevancia externa. Y es que, en términos electorales, representan mucho menos aún. De hecho, no representan nada. Y ello por una razón simple, a saber, que el voto catalanista, ése que rondaba una cuarta parte del total, ya ha migrado en masa a otras siglas; ora a CiU, ora a la Esquerra.
No se olvide que el PSC fue la resultante de una suerte de compromiso histórico entre la clase obrera de origen inmigrante y las capas medias autóctonas refractarias al neotradicionalismo montserratino que encarnara Pujol. Un pacto que se han encargado de romper entre el fin de la ambigüedad por un lado y la simple biología por otro. Porque los hijos de aquellos andaluces y gallegos arribados en los sesenta, al final, se han terminado decantando; los unos por la aculturación, los otros por el repudio abierto del nacionalismo, pero todos lejos de las melifluas medias tintas equidistantes de Navarro & Cía. Tan fulminante, la irrupción paralela de Ciudadanos y ERC no representa cosa distinta que el definitivo certificado de defunción de aquel viejo contrato de gananciales. Desde entonces, el PSC ya no es más que un cadáver en descomposición.
Unas siglas en las que solo procede reparar cuando se relee Lo que ignoran los que están muertos, aquel cuento inquietante de Amado Nervo, donde se dice:
Los muertos, señor mío, no saben que se han muerto. No lo saben hasta que pasa cierto tiempo, cuando un espíritu caritativo se lo dice, para despegarlos definitivamente de las miserias de este mundo (...) Generalmente se creen aún enfermos de la enfermedad de que murieron: se quejan, piden medicinas. Nos hablan, se interponen en nuestro camino, y desesperan al advertir que no los vemos ni les hacemos caso. Entonces se creen víctimas de una pesadilla y anhelan despertar.
Pero lo único que les pasa a los muertos es que, ¡ay!, están muertos. Así el PSC que en paz descanse. Amén.