Decía Camus, y decía bien, que a partir de los cuarenta ya todo el mundo es culpable de su propio rostro. Por eso, auditar durante apenas un instante la cara del Bigotes provee al observador atento de más evidencias tipificadas en el Código Penal que el sumario Gürtel completo. Y es que igual que Kafka hubiera sido aquí un escritor costumbrista, entre nosotros, a Lombroso nunca le habría faltado trabajo como analista político. En fin, ante esa atildada escoria, subalterno purín que destila insaciable la partitocracia cuando se presume impune, sólo caben dos actitudes decentes: o darle la espalda o darle con el bolso en la cabeza. Y ninguna más, por cierto. Así, cualquier otro protocolo de urbanidad, simplemente, sobra. Cualquiera, peregrinos de profundis a cuenta de las anchoas del Cantábrico incluidos.
Si todos los cráneos presuntamente privilegiados del PP se condujeran de acuerdo con tan elemental prudencia, a estas horas De Cospedal presumiría de andar casi tan tranquila como Luis el Contento, ese Bárcenas feliz tras verse sentado en el banquillo de los imputados provisionales. Sin embargo, la responsable –en comandita con Rajoy– de que un presunto delincuente siga administrando los dineros del Partido Popular no para de derramar amargas lágrimas de cocodrilo por los derechos civiles. Gime inconsolable porque, sin el amparo de las togas libres, vamos camino de un "Estado policial", asunto ése de mucho miedo. Aunque a buenas horas, mangas verdes.
Pues quizá De Cospedal ya no se acuerde, pero todavía brillan los flashes de cuando, hace menos de un año, se desvaneció con su impagable ayuda la última esperanza de un poder judicial independiente en España. Gozosa instantánea coral aquélla: PP y PSOE repartiéndose entre abrazos y sonrisas los restos del cadáver de Montesquieu tras fijar las cuotas del botín partidario en el nuevo Consejo General del Poder Judicial. ¿A qué vienen ahora, pues, esos impostados gemidos de plañidera, hipócrita llanto por la virginidad perdida de jueces y magistrados? ¿A qué tanto crujir de dientes por un pilar ausente del Estado de Derecho que el Partido Popular ayudó a derribar con necio entusiasmo? ¿A qué tanto drama y tanta gaita si Rajoy fue el primero en avalar el estricto control de los partidos sobre la justicia? Lo dicho: a buenas horas.