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José García Domínguez

Contra los cínicos

Ocurre que el empecinamiento demagógico del PP con ese asunto augura lo peor: la muy definitiva incapacidad de Rajoy con tal de sustraerse a la tentación populista.

Por ventura, el único partido de derechas que queda en España es el PSOE, azar que, amén de la gozosa tranquilidad de los poderes fácticos, empezando por los mandarines de la banca, garantiza algún rigor en el manejo institucional de las cosas de comer; al menos, desde el atribulado mes de mayo, cuando Peter Pan dio el estirón al súbito modo. De ahí, por cierto, que ya tengamos a todos los peronistas domésticos, con los descamisados del Partido de los Trabajadores en cabeza, prestos a plantarle un contencioso administrativo al Gobierno por lo de las pensiones. Pues, digan lo que digan la Comisión Europea, el FMI, la OCDE o el lucero del alba, se impone arreglarle la paga al señor padre de González Pons. Que entre Hayek y Girón de Velasco, aquí nunca ha de haber disputa.

Ocurre, en fin, que el empecinamiento demagógico del PP con ese asunto augura lo peor: la muy definitiva incapacidad de Rajoy con tal de sustraerse a la tentación populista. Un rasgo de debilidad de carácter que dejaría entrever cuando él, todo un presunto hombre de Estado, ordenó votar contra el plan de ajuste con la alegre irresponsabilidad de cualquier tertuliano de barra de bar. Por lo demás, quizá resulte cierto que ahora le place el programa de Cameron, o sea la drástica subida del IVA y los impuestos sobre el capital, tal como confesó en El País a un Moreno algo justo de reflejos.

Quien no le debe gustar ni un ápice es Cameron propiamente dicho. Esa ostentórea coherencia entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace, flor siempre tan exótica por estos lares, supone, sin duda, un agravio comparativo a ojos del de Pontevedra. Es la política, nos dirán sus propios. Procede congraciarse –insistirán– con los sectores más acéfalos del censo electoral, los primarios entre los primarios. Que después, una vez en el poder y olvidada al punto la palabra dada, se obrará según proceda. Así piensan los cínicos que hay que pensar. Olvidan, sin embargo, el rasgo común a los de su condición: la pusilanimidad. Y es que quien cede una vez frente a la multitud, sucumbe ante ella el resto de sus días. Y si no, al tiempo.   

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