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José García Domínguez

Comunistas contra el diccionario

Los feligreses de la última gran religión que alumbró la Humanidad abrazaron aquella fe precisamente porque era totalitaria, no a pesar de ello.

Según célebre sentencia de Chesterton, el periodismo consiste básicamente en decir "Lord Jones ha muerto" a gente que no sabía que Lord Jones estuviera vivo. Y algo de eso hay. Sin ir más lejos, gracias a que la Academia se ha propuesto bautizar totalitario al comunismo con sólo ciento cincuenta años de retraso, uno acaba de descubrir que aún existe el PCE. Y es que un tal Ginés Fernández, que dice ser su secretario general, ha montado en cólera al saber del asunto.

Postula ese Ginés, un tipo que debe confundir la Komintern con la Unicef, que el comunismo tendría que ser catalogado "como una propuesta que lucha por la libertad, la igualdad y la democracia". Bendito Ginés, si Lenin llega a ser testigo de semejante claudicación retórica ante el enemigo de clase, lo hubiera corrido a gorrazos. Por exabruptos mucho más leves que ése, Stalin envió al Gulag a decenas de revisionistas de su misma ralea. El propio Marx, sin duda, habría escupido a su paso con desprecio.

Pero Ginés no puede evitarlo, también él, pese a sí mismo, es hijo de su tiempo, el reino del pensamiento débil, las cosmovisiones eclécticas y el radicalismo flácido. De ahí que salte airado cuando se le llama totalitario, imputación que nunca habría ofendido a un verdadero comunista, de los de antes. Al cabo, los feligreses de la última gran religión que alumbró la Humanidad abrazaron aquella fe precisamente porque era totalitaria, no a pesar de ello.

Quien alguna vez viviera la mística revolucionaria sabe cuánta sed de catecismo, de Verdad revelada, de explicaciones únicas e indiscutibles, cuánta nostalgia de Dios había tras todo aquel materialismo aparente. Por lo demás, les había sido legada la clave que descifra las leyes que gobiernan la Historia, ¿para qué, entonces, la democracia? ¿Para que unos cuantos alienados trataran de oponerse a lo que por fuerza había de acontecer?

Desde Isaiah Berlin conocemos que en el zoo de las ideas conviven dos especies: los erizos y las zorras. Frente a las pétreas certezas del erizo, la zorra asume la inmensa, inabarcable complejidad del universo. Así, detrás de todas las utopías que en el mundo han sido siempre hubo algún erizo, un creador de esos grandes sistemas que liberan de pensar. Por eso, cada erizo esconde un fanático; y cada zorra, un escéptico. ¿Pero cómo hacérselo entender al pobre Ginés?

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