Ciudadanos no va a posibilitar la investidura de Mariano Rajoy como sucesor de Mariano Rajoy en la Presidencia del Gobierno. La decisión, que ya ha sido tomada, es firme, formal, incuestionable e inamovible. Así las cosas, o la izquierda encumbra al líder de la derecha en nombre de la coherencia ideológica y la fidelidad a los programas electorales, o iremos a unos terceros comicios para cuando el final del otoño. Por lo demás, no se trata de una cuestión de personas, de filias y fobias subjetivas, sino de fallas sistémicas. En España, el final del duopolio imperfecto ha dado lugar, no a la Icaria regeneracionista con la que tantos arbitristas cándidos han estado fantaseando en las páginas de opinión de la Prensa sino al oligopolio imposible de cuatro debilidades estructurales que se repelen entre sí. A Ciudadanos, la cuarta precariedad en discordia, le pasa lo mismo que a San Agustín, que en sus célebres Confesiones revela al lector: “Yo soy dos y estoy en cada uno de los dos por completo”. Ellos, como el de Hipona, también son dos.
Por un lado está el partido catalán, Ciutadans, organización surgida de la genuina sociedad civil, con un espacio político claro y definido, un nicho de mercado que nadie le va a disputar en el futuro, y un arraigo y fidelidad entre su base electoral del que en absoluto procede dudar. Por otro lado figura la reciente extensión nacional de la marca, un banderín de enganche que, asunto inevitable en política, ha suscitado el súbito flujo de adhesiones oportunistas que, al modo de lo ocurrido con UPyD, igual podría revertir en deserciones masivas a la mínima de cambio, en cuanto las cosas vinieran mal dadas. Dentro de veinte años, Ciutadans, seguirá estando ahí, nadie lo dude. El futuro de Ciudadanos, por el contrario, todavía es una incógnita a estas inciertas horas. Un porvenir, ese, que va a depender en no escasa medida de las apuestas estratégicas que hoy tomen las instancias rectoras del partido. Al respecto, se ha abusado de buscar analogías forzadas entre la irrupción de esa nueva fuerza de centro derecha en el escenario nacional con dos precedentes, el CDS de Adolfo Suárez y la Operación Reformista de Jordi Pujol y Miquel Roca, que muy poco tiene que ver con Ciudadanos.
Y ello por una razón simple: tanto el proyecto fallido de Suárez como el otro fiasco diseñado por Pujol y regentado por Roca eran intentos de sustituir a Alianza Popular, el en su momento buque insignia de la derecha española, por entonces sumida en una profunda crisis de identidad y representación. La empatía con Ciudadanos de significados sectores del establishment, en cambio, surgió del miedo a Podemos tras el 15-M, no de afán alguno por dinamitar los cimientos orgánicos del Partido Popular. Una afinidad circunstancial y contingente que, en consecuencia, pudiera desvanecerse en el aire si los de Pablo Iglesias, tras todo el ruido y la furia, terminasen en un bluf. Otra analogía forzada, la que pretendía legar a los de Rivera el papel de bisagra polivalente ejercido durante lustros por el llamado Grupo Catalán, tampoco ha tardado en revelarse improcedente. Amén de arrendarse como intermediarios profesionales entre los lobbies y la letra impresa del BOE, los parlamentarios en el Congreso de CiU pudieron obtener beneficios tangibles para su clientela política sin necesidad de mancharse en las tareas de gobierno. Y ello porque populares, socialistas y nacionalistas se dirigen a públicos distintos y distantes. No había problema ninguno en el Hemiciclo porque no había concurrencia ninguna en el mercado. Circunstancia que no se da en el caso Ciudadanos, el grueso de cuya base electoral se ve sometida a permanente disputa con el PP. Lo dicho, la decisión no solo está tomada sino que es firme, formal, incuestionable e inamovible. En cuanto a que sea correcta o no, eso lo decidirá el tiempo.