Antonio Baños, el de la CUP, y Artur Mas, el del 3%, dicen que van a dar un golpe de Estado con un trozo de papel. Lo que no pudo Milans del Bosch con todos los tanques de la Brigada Acorazada lo van a hacer esos dos con un papelito movido en el Parlament. Seguro que sí. A fin de cuentas, si la Asamblea Popular de la Albania comunista pudo establecer oficialmente la inexistencia de Dios o Pío IX la infalibilidad del Papa, ¿dónde está el problema para que Baños y el otro proclamen la República catalana en un rincón del parque de la Ciudadela? Problema no hay ninguno, pero, ¡ay!, llegará después; para ser precisos, cinco minutos más tarde de consumarse la machada. Y es que, de acuerdo con el Derecho Internacional, a fin de que nazca un Estado se precisa un pequeño detalle formal, a saber, un territorio y una población que sean efectivamente controlados por la nueva autoridad.
Y tal novedad tendrán que ir a comunicársela en persona, entre otros, al capitán general de la IV Región Militar, que tiene su despacho oficial a apenas unos cientos de metros, en el Paseo Marítimo de Barcelona. Momento procesal en el que aparecerán en escena las palabras mayores. Una demencia. Tras la hégira posibilista y delincuencial de Pujol, en Cataluña ha llegado al poder no otra ideología sino otra generación, la de esos jóvenes sobradamente ignorantes que pueden recitar de memoria las temporadas completas de Juego de Tronos pero que ni saben quién fue Gaziel ni han leído una sola página suya en la vida. Y si algo necesita con urgencia la Cataluña que aún conserva dos dedos de frente es (re)leer a Agustí Calvet. Sus escritos en La Vanguardia cuando las vísperas de la asonada de 1934 resultan de una actualidad desconcertante. Al punto de que podría firmarlos hoy sin cambiar ni una coma y sin que nadie reparase en que está hablando de un país que se abocaba a la guerra civil hace casi cien años.
"Cataluña está enferma desde hace siglos", escribe tras fracasar el golpe de Companys. "Es el tumor de España, que a veces dormita y a veces estalla. Y el de ahora es un estallido conforme del todo con la idiosincrasia catalana, con su historia, con su tradición política, su querencia anárquica, su entraña rebelde". Ochenta años después, seguimos igual. No han aprendido nada. Vamos de cabeza a repetir otro seis de octubre. Las mismas insensateces se suceden de nuevo. La misma arrogancia estúpida, ese creer que Cataluña puede dominar al resto de España por un simple acto de voluntad. La misma inconsciencia temeraria, el huir permanente de la razón. Cataluña, también lo decía Gaziel, resulta impotente para imponerse a España. Eso sí, se basta y se sobra para hacerle la vida imposible, como ocurre en las casas donde hay un alma en pena. Pero lo pagaremos. Y caro.