El 9 de noviembre de 2014 no tuvo lugar ningún referéndum de autodeterminación en la comunidad autónoma española conocida por Cataluña. El 9 de noviembre de 2014, en la comunidad autónoma española conocida por Cataluña se organizó una pueril velada teatral, la enésima, a fin de seguir manteniendo entretenida a la carne de cañón mientras las elites rectoras en la plaza trataban de ganar tiempo. Tiempo como fuese. Tiempo a la desesperada. Tiempo para nada, por lo demás. El 10 de noviembre de 2014 tampoco pasó absolutamente nada en la comunidad autónoma española conocida por Cataluña. Nadie se echó a las calles, nadie asaltó el Palacio de Invierno, nadie leyó proclama alguna en balcón alguno, nadie se disfrazó de bandera. Tampoco nadie se suicidó a lo bonzo.
Nada hubo porque todo el mundo sabía que lo del día anterior había sido una broma. Otra más. No se produjo ningún choque de trenes. Entre otras cosas, porque para que un par de trenes choquen tiene que haber, como mínimo, dos trenes. Y un encontronazo entre una locomotora y un carrilet nunca podría haber constituido un choque de trenes sino un simple aplastamiento. Ocurre que la independencia de Cataluña es un cuento de hadas para niños que se empeñan en no crecer. Y los cuentos de hadas no dejan de ser cuentos de hadas por el hecho de que los niños empecinados en no crecer insistan en creer en ellos con la misma fe que depositan en los Reyes Magos. Por eso, tras el simulacro del 9-N no llegó el gran éxtasis secesionista sino el desencanto, su desencanto.
No es la primera vez. Ya ocurrió algo muy parecido cuando la llamada transición. La generación anterior, la del antifranquismo militante, por más señas la mía, también quiso creer en sus propios cuentos de princesas y dragones. También llegó a convencerse de que era posible poner a cero el contador de la Historia. Hasta que, indiferente como suele, la Historia pasó de largo dejándola tirada en su cuneta. Nadie le ha ganado nunca un pulso a la realidad. Y nosotros no íbamos a ser los primeros. De ahí que lo que luego sobrevino no fuese otra sobredosis de radicalidades iconoclastas sino la deserción hacia la vida privada. Sucederá lo mismo. El independentismo catalán es un soufflé llamado a retornar a la nada.