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José García Domínguez

Cascos

El leirepajinismo, doctrina tántrica que prescribe morar en la nada con tal de merecer los más altos honores en partidos y gobiernos, se ha convertido en rito de culto oficial tanto en Ferraz como en Génova.

"Sin las siglas del partido yo no soy nada", viene de confesar cierta Isabel López –o Pérez, que ahora no me acuerdo–, bisoña aspirante a algo en Asturias merced al hierático dedo de don Mariano. Admirable aserto que dice mucho –y bueno– a propósito de la ignota candidata López. Y es que en un país como éste, donde nadie sabe estar nunca en su sitio, la postulante Pérez ha acertado a encontrar el suyo por la vía del más estricto rigor cartesiano. "Puesto que sin refugiarme bajo el manto de una cofradía política yo nunca llegaría a nada", hubo de barruntar para sí, "pues no destaco por nada, ni por nada merece especial reconocimiento mi trayectoria pasada en la Tierra, ¿qué otro ungido podría ofrecer más y mejores avales a ojos del Amado Líder que yo misma, de quien es bien obvio que nada de nada ha de temer?".

Lúcida cavilación con la que López igual daría la razón a Ortega, que por no ser menos que Heidegger dejó escrito para la posteridad aquello célebre de que "la nada nadea". Es esa entusiasta querencia por la nada rasgo profundo de carácter que comparten Zapatero y Rajoy, dos hombres muy altos aunque ninguno muy grande. De ahí que ambos se regodeen con la aurea mediocritas brillando a su alrededor. Razón última de que el leirepajinismo, doctrina tántrica que prescribe morar en la nada con tal de merecer los más altos honores en partidos y gobiernos, se haya convertido en rito de culto oficial tanto en Ferraz como en Génova.

Por algo, la máxima que rige el proceder político de Rajoy resulta ser aquella sentencia que El Guerra expresara en memorable aforismo ordinal: "Primero yo, después de mí, naide, y después de naide, Antonio Fuentes". Así, con las sabidas excepciones llamadas a confirmar la regla, solo los –y las– don naide parecen tener sitio a la vera del Gran Timonel del nuevo PP. Precisamente por eso, porque con siglas o sin ellas Francisco Álvarez-Cascos siempre habrá de ser alguien, su persona ya no cabía en la cuadrilla del gallego. Como por más que idéntico motivo tampoco caben Zaplana, Astarloa, Mayor, Acebes o San Gil. Al fin, ha sonado la hora de los pigmeos.

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