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José García Domínguez

Caganers

Los creadores, exhibidos en sus casetas como monos de feria. Acaso a la espera de que algún día les lancen un cacahuete. Y mientras, soportando estoicos el verse equiparados a una recua innúmera de intrusos, farsantes y caganers audiovisuales.

En la portada del libro más vendido en uno de los últimos Sant Jordi comparece el propio autor en actitud inequívoca. Los pantalones caídos hasta la altura de los tobillos, emboscado el calzoncillo ausente entre sus pliegues, crispado el semblante y en cuclillas. Nada en la composición deja el menor margen a la duda: el ilustre prosista catalán está haciendo caca. Literalmente. Andreu Buenafuente, que por tal respondía aquel epígono local de Balzac, entonces aún uno más entre la legión de graciosos que mora en la televisión nacionalista, sería llamado al orden por Joan Majó al poco. El ex ministro de Industria y supremo comisario político de la cadena con el Tripartito quería afearle muy seriamente cierto proceder suyo.

Otro asunto de heces, aunque esta vez fonéticas. Ocurre que en algunos de los guiones que escenificaba en pantalla, el narrador concedía utilizar la ilegítima lengua castellana. Severamente reprendido al respecto, la reacción del polígrafo resultaría fulminante. Al día siguiente compareció ante una gaceta doméstica, El Periódico por más señas, a fin de mostrar su hondo agradecimiento a las autoridades por permitirle trabajar en TV3. El medio más libre "en todo el Estado", se apresuró a aclarar. Más caca. Sant Jordi, circense alarde de miseria intelectual. Los creadores, exhibidos en sus casetas como monos de feria. Acaso a la espera de que algún día les lancen un cacahuete. Y mientras, soportando estoicos el verse equiparados a una recua innúmera de intrusos, farsantes y caganers audiovisuales.

La muchedumbre, a su vez, arremolinada en torno al último rebuzno de la correspondiente celebridad mediática. O abalanzándose sobre el enésimo manual ful de autoayuda con la misma devoción que sus bisabuelas pagaban al mosén de la parroquia por las bulas de Cuaresma. Y pensar que semejante convite de trileros pasa por admirable muestra de civilidad e ilustración gracias a los publicistas de guardia. Los mismos, por cierto, que han logrado mantener en la más estricta clandestinidad el trigésimo aniversario de Pla. Última broma de aquel viejo sarcástico, se le ocurrió morir un 23 de abril. Por joder, que diría el gallego. El más grande escritor que nunca haya producido Cataluña. E invisible. Ni una sola mención más allá del estricto protocolo institucional. Ni una. Triste tierra de caganers

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