Parece que el tal Bernard Madoff se va a pasar los próximos ciento cincuenta años lamentando amargamente no haber nacido, morado, engañado, sobornado, hurtado y penado en España. Al cabo, acreditando currículum tan impecable como el que adorna sus grilletes, a estas horas, podría aspirar con serias posibilidades a la Secretaría de Formación en la Ejecutiva del PSC. O sestear disfrutando de un escaño de senador por la circunscripción de, pongamos por caso, Cantabria. Quién sabe, igual hasta se nos ha matriculado ya en los cursos por correspondencia del Nivel C con la secreta esperanza de que Montilla y Sala le reclamen para sentar cátedra en Barcelona desde el trullo.
Más arduo sería persuadir a la señora de Obama a fin de que corriese a jugar al corro de patata, cual bucólica Carmen Romero, en la puerta de ese presidio que ha de custodiar su mala sombra a perpetuidad. O que su señor marido diese en concederle rúbrica en los billetes de cien dólares. Los herejes, ya se sabe, siempre tan remilgados con la cosa del parné, incluso con el público, que no es de nadie, como bien puede acreditar cualquier pariente en quinto grado de Manolo Chaves. Por algo el tipo que pontificó todo aquello de la ética protestante y el espíritu del capitalismo no se llamaba Carlos Solchaga, ni Mariano Rubio, ni tampoco Juan Guerra, sino Max Weber.
Lástima, insisto, lo del DNI. Por mucho menos que la pirámide de Ponzi esa, el PSOE, con el Bellotari a la cabeza, estuvo en un tris de mandar a la tumba al pobre juez instructor que se atrevió a investigar Filesa. De milagro no le enviaron a Amedo y Domínguez con el finiquito. Pobre Madoff, aquí nunca le hubiese faltado un ilustre coro de grillos presto a establecer la incuestionable presunción de culpabilidad del tribunal. Por lo demás, cómo son esos yanquis: ciento cincuenta años sólo por estafar a unos cuantos miles de ahorradores, viudas y pensionistas. Repárese al respecto en los periodos de condena efectiva satisfechos por Mario Conde, Javier de la Rosa, Pasqual Estivill, Josep Maria Sala, Jesús Gil, el baranda de la Pantoja y demás ralea. ¿Llegarían a sumar entre todos ciento cincuenta... meses? Mejor no calcularlo. ¿Para qué?