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José García Domínguez

Barça, Barça, Barça

Un rapaz de Cartagena puede permitirse ser del Barça porque en el trance no se verá apelada su identidad. Otro de Vic, en cambio, incurriría en delito de lesa patria al preferir a los de Mouriño por encima de la selección nacional de Catalunya.

Viajando por las Españas tengo observado que la infancia gusta de la camiseta del Barça en proporción claramente superior a la del Madrid. Igual en el norte que en el sur, en Galicia o en Andalucía, por todas partes, se repite similar preferencia cromática entre la chavalería. Un fenómeno, ése de la hegemonía blaugrana al otro lado del Ebro, que para alguien de Barcelona, como es mi caso, nunca deja de resultar sorprendente. Más que nada, por lo improbable de que suceso análogo pudiera acontecer entre nosotros. Esto es, que los dorsales de Cristiano Ronaldo, Pepe o Kaká configuraran una parte alícuota de la normalidad en el paisaje doméstico.

Al respecto, es sabido que el niño, dada su naturaleza amoral y esencialmente oportunista, tiende a colocarse siempre al lado del ganador. Pues dentro de cada uno de esos pequeños ventajistas sin escrúpulos habita un Fouché en potencia. He ahí la explicación a hecho tan contra intuitivo como el que se extiende a lo largo de la Península. Que por el contrario, aquí, en Casa Nostra, impere la obediencia monolítica a los colores únicos, responde solo a la preeminencia del impulso tribal. Así, un rapaz de Cartagena, pongamos por caso, puede permitirse ser del Barça porque en el trance no se verá apelada su identidad. Otro de Vic, en cambio, incurriría en delito de lesa patria al preferir a los de Mouriño por encima de la selección nacional de Catalunya, el lugar asignado al club dentro imaginario local.

El filósofo serbio Vujadin Boskov hizo célebre en su día el aforismo "fútbol es fútbol". Sin embargo, andaba el hombre muy errado. Fútbol no es fútbol. Fútbol es pertenencia. Nunca ha sido cosa distinta. Por eso su éxito ubicuo, planetario, universal. Por lo mismo que, ante la imposibilidad metafísica de poder ser catalanes de "socarrel", los charnegos de antes nos hacíamos o del PSUC o del Barça, de ambas iglesias los más. Un tránsito que venía a proveernos de algún sucedáneo de fraternidad ante el desarraigo. Como los inmigrantes de ahora, que proceden de modo idéntico. Aunque a ellos únicamente les quede el Barça a fin de intentar procurarse esa ilusión gregaria, la integración. Y es que sí es más que un club: es una aduana.

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