Desde el pasado siete de septiembre, inicio de la temporada política, siete portadas del diario El País contra Pedro Sánchez, siete, prácticamente una cada dos días, han sido munición suficiente para consumar el golpe de estado interno cuyas últimas escaramuzas se desarrollan a estas horas en Ferraz. Una asonada palaciega con la que, en nombre de los sagrados principios doctrinales de la socialdemocracia, los conjurados pretenden evitar a toda costa que esos 180.000 militantes de base con que cuenta el PSOE impidan que Mariano Rajoy Brey vuelva a ocupar la Presidencia del Gobierno de España durante otros cuatro años más. El corazón del establishment, es sabido, tiene razones que la razón no entiende. Como a Borrell en su día, otro ingenuo que también se quiso creer el cuento de hadas de que en el partido socialista mandan sus militantes, a Sánchez lo defenestrarán a no tardar en ese nido federal de víboras. Ganarán la batalla, seguro, pero no la guerra.
Lo que mueve a Carme Chacón, siempre paradigma viperino del oportunismo más rastrero, y al resto de figurantes menores de la trama, ilustres mediocridades provinciales como Ximo Puig, Paje, Gómez el del tranvía y demás ralea, es la pulsión por cambiar las respectivas moquetas de sus despachos. Esa gente no tiene nada en la cabeza, absolutamente nada; solo ansían mandar, eso es todo. Y se podría alegar que Sánchez tampoco. Pero Sánchez, que no es hombre de pensamiento como de inmediato salta a la vista, sin embargo posee una cualidad acaso más importante, al menos en política. Sánchez, quién nos lo iba a decir, se ha revelado intuitivo. Y su intuición primigenia, que el PSOE podría transitar por idéntica vía que el difunto Pasok de Papandreu en caso de ceder el espacio todo de la disidencia institucional a Podemos, esa intuición tan simple y elemental, resulta que es acertada.
En un gremio, el de los estadistas de Twitter, donde el largo plazo significa como mucho una semana, Sánchez, quién nos lo iba a decir, conducía con las luces largas permanentemente encendidas. De ahí que haya sido capaz de entrever, él sí, que el juego de la nueva política condenará al PSOE a morar ad calendas graecas en la oposición mientras persista el veto del establishment a Podemos. Y por una razón obvia: porque Ciudadanos ha devenido demasiado débil y Podemos, por el contrario, demasiado fuerte. Así las cosas, esto es, excluida la posibilidad de apelar al auxilio parlamentario de alguna de esas dos muletas, el PSOE está condenado a no volver a gobernar nunca. Asunto nada baladí al que los golpistas no dan la impresión de haber dedicado ni cinco minutos de atención. Y sin embargo, la gran cuestión es esa. Deponer a la turca al cándido Sánchez quizá resulte empresa barata. Investir a Rajoy Brey en nombre de los valores eternos de la izquierda tal vez les salga gratis. Pero que se olviden entonces de recuperar jamás esos cinco millones de votos que carga Pablo Iglesias en su mochila. Jamás. Añoraremos a Sánchez. Al tiempo.