Sucedió el viernes pasado en el plató del canal de televisión de La Vanguardia. En el horario de máxima audiencia y como cada día, Josep Cuní, una célebre estrella local, azuzaba a los tertulianos de su programa al objeto de que predicasen con más ardor la buena nueva del separatismo a los espectadores. Apostolado cotidiano en el que los charlistas en nómina del Conde de Godó y Grande de España llegan a alcanzar prodigios argumentales en verdad notables. Así, para gran contento de su jefe, ese mismo viernes se esforzaban en explicar al público que no hay peligro ninguno de que Cataluña fuera a ser expulsada de la Unión Europea tras la secesión. Que apenas procederá añadir otro asiento en las reuniones de los ministros en Bruselas, aclaró el más experto.
Comprar una silla en Ikea, he ahí todo el problema. Pues es sabido que con la independencia nos mudaremos a Jauja. Será llegada la hora de hacer realidad aquel célebre sueño de Francesc Pujols, el que fuera filósofo de cabecera de Dalí: "Muchos catalanes se pondrán a llorar de alegría; se les deberán secar las lágrimas con un pañuelo. Porque, siendo catalanes, vayan donde vayan, todos sus gastos les serán pagados. Al fin y al cabo, y pensándolo bien, valdrá más la pena ser catalán que multimillonario". Mas hete aquí que cuando más felices nos las prometían estalló el notición: llegado el momento de la ansiada plenitud nacional, el Grupo Planeta partirá raudo hacia el exilio en Cuenca.
¡Nosotros en Ítaca y Lara en Cuenca! Atónita consternación en los semblantes. Segundos interminables de silente mutismo ante las cámaras. Súbita sequedad en las gargantas. Lenguas de trapo que dan el pegarse a los paladares. Aciago, desolado desconcierto en la mirada de Cuní. Parálisis absoluta. Nadie acierta a hablar (al respeto reverencial, sacro, hacia el dinero, rasgo tan legendario de la plaza, se une que el editor Lara, ¡ay!, da de comer a los del gremio). Al fin, meliflua, entrecortada, compungida, una vocecilla emerge de los micrófonos. "Això acollona", espeta lacónica. Otro paréntesis preñado de silencio que se hace eterno. Lluís Foix mira al cielo en busca de amparo. "Pero... no se irá", termina por balbucear un tercero. Y Cuní que ordena cambiar de tercio.