¿Pero qué o quién les provocó la muerte? ¿Ocurrió tal vez a causa de una infección alimentaria? ¿Otra mayonesa en mal estado? ¿Quizá por la ingesta masiva de alguna partida de yogures caducados? Imposible saberlo. Ninguna información, ni oficiosa ni oficial, ofrece pista ninguna sobre el particular. Simplemente, murieron. Eso es todo. Al parecer, la Ley de la Memoria Selectiva proscribe que se aireen tan desagradables detalles accesorios bajo severas penas de excomunión laica. De ahí que lo único que sepamos a ciencia cierta sobre los 522 beatificados este domingo en Tarragona es que "murieron por su fe, no por política", según deposición de los organizadores resaltada con gran alarde tipográfico en La Vanguardia. Y es que el hecho de asesinar a 522 católicos por razón de su credo nada tuvo que ver, dicen, con las ideas políticas de los verdugos. Vaya usted a saber, matar a los creyentes en la Guerra Civil acaso fuera una actividad exclusivamente deportiva. Una práctica cinegética en absoluto relacionada con los publicistas de la religión como opio del pueblo, ni mucho menos con los desharrapados comecuras de la FAI que impondrían su ley en iglesias y conventos a partir de julio del 36.
Eso mismo deben de pensar, por cierto, los católicos presuntos de Iglesia Plural, que, airados ante lo que quizá entiendan un agravio a Marcos Ana, Cojo de Málaga y la Brigada del Amanecer, exigen a la jerarquía que "tenga en cuenta a los asesinados de los dos bandos". Habrá que iniciar, pues, el urgente proceso de santificación de Buenaventura Durruti en Roma a fin de aplacar la ira de los que se dicen cristianos de base. Por lo demás, comprender la exquisita amnesia del establishment católico catalán, su estruendoso silencio corporativo de estos días, impone que nos remontemos a mediados del siglo pasado. En concreto, a algo que sucedió cierta mañana de 1955 en la abadía de Montserrat. Fue entonces cuando un devoto ingeniero de almas fundó una organización místico-política que se haría llamar Crist i Catalunya. El piadoso ingeniero de almas respondía al nombre Jordi Pujol, y en aquellos tiempos presidía la Cofradía de la Madre de Dios del colegio Virtèlia. El centro escolar catalanista en el que, ya bajo su batuta, se forjaban, entre otras futuras glorias domésticas, los alumnos Pasqual Maragall, Federico Mayor Zaragoza, Josep Maria Trias de Bes o el gran filósofo regional Xavier Rubert de Ventós.
Allí, entre los muros de Montserrat, es donde se empezó a escribir el programa de esa realidad virtual que ahora llamamos Matrix. Porque aquella mañana se gestó la primera de las grandes mentiras que hoy presiden el imaginario colectivo catalán. A saber, que jamás hubo aquí una guerra civil, sino que, por el contrario, la de 1936 fue una contienda entre la europea, culta, armónica y civilizada Cataluña y la primitiva, salvaje, africana y gárrula España. Una disputa en la que todos los catalanes eran de los buenos y todos los castellanos, de los malos. La gran mentira llamada a formar parte de la grandísima mentira canónica en que iban a convertir la historia oficial de Cataluña. He ahí, sin ir más lejos, el contenido del simposio "España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014)", organizado por el Centro de Historia Contemporánea de Cataluña, órgano administrativo dependiente de la Presidencia de la Generalitat. Y en cuyo programa puede leerse:
Los diversos ponentes analizarán las condiciones de opresión nacional que ha padecido el pueblo catalán a lo largo de estos siglos, las cuales no han impedido su pleno desarrollo político, social, cultural y económico.
Está claro, entonces, que a los 522 beatos no los mató ni el yogur ni la mayonesa. Fue España.