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José Carlos Rodríguez

Rebeldes

¿Qué rebeldía puede enarbolar alguien que no ama la vida tanto como para querer agarrarla con sus propias manos? ¿Cómo se puede ser rebelde y pedir a los políticos que sean aún más poderosos?

Los indignados desmontaron el chiringuito en la Puerta del Sol. Recogieron sus cosas y otros rastros de la presencia humana menos dignos y van cada uno a su casa con una sensación que no debe de ser muy distinta a la derrota. No se puede negar el entusiasmo con el que muchos lo han vivido que, taimado ya, se ha vuelto a ver en la plaza madrileña de Neptuno, y otras. O en la violencia contra los parlamentarios catalanes. Ese entusiasmo nace, en su caso, de la sensación de ser parte de algo más grande que sus propias vidas y que ahora se derrumba ante sus ojos.

Es un pensamiento muy triste ese de que tengan que buscar un proyecto con sentido más allá de su persona, pero es lo que explica la acampada. Produce rubor ver muchas de sus exigencias. Pasan por pedir al Gobierno que les den lo que ellos necesitan, o cambiar la sociedad para que el Gobierno pueda dárselo. No le exigen que les deje en paz, que les permita buscarse la vida, que les despeje el camino que ellos recorrerán con sus propios esfuerzos, con su talento. No muestran interés en ser protagonistas de su propia vida, en lograr por sí mismos los frutos que les permitirá llevar una vida digna. Hablan de la dignidad en términos materiales y como algo que los demás le deben, no se sabe con qué base.

Es una indignación contra la sociedad precisamente porque no les da todo lo que quieren. Una indignación infantil, por tanto, propia de una sociedad infantilizada. Hemos permitido que prevalezca una ideología que da por hecho que debemos recibir lo que queramos de los demás y que, en un tropo ingenioso y vil, considera esta actitud menesterosa y mendicante el colmo de la rebeldía. ¿Qué rebeldía es esa, que sólo sabe exigir de los demás y nunca de sí mismo? ¿Qué rebeldía parte de aceptar la ideología mayoritaria y erigirse en sus principales defensores? ¿Qué rebeldía puede enarbolar alguien que no ama la vida tanto como para querer agarrarla con sus propias manos? ¿Cómo se puede ser rebelde y pedir a los políticos que sean aún más poderosos? Es una rebeldía como esta: Una portavoz de la acampada ha dicho que ellos tienen un problema de imagen, y que el Gobierno debería resolverlo. Su problema es la imagen. Y debe resolverlo ¡el gobierno!

Marcel Gascón ha dado en el clavo al mirar a los indignados desde las lentes de Ayn Rand: "Su discurso utópico y falto de rigor es el que está llevando al colapso el sistema. Su desprecio de la legalidad y el de quienes deben hacer cumplirla una bomba para el Estado de Derecho. Para la única posibilidad conocida de libertad, seguridad y prosperidad". En una sociedad libre estamos frente a nuestro futuro, con sus azares e incertidumbres, con la única seguridad de que se nos respetará nuestra vida y nuestra propiedad, y sólo la prosperidad que podamos conseguir por nosotros mismos. Y eso es, para estos pedigüeños rebeldes, aterrador. 

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