El 14 de marzo de 2004 llegaba Zapatero al poder. Exactamente un mes después, el 13 de abril, escribí un artículo titulado “La destransición”, en que explicaba cuál era, a mi entender, la estrategia del nuevo presidente. Con el tiempo se han ido conociendo las distintas vetas de su planteamiento, pero la idea central sólo se ha ido confirmando con el paso del tiempo, y que Zapatero quiere romper con la transición española y enlazar con la II República es ya moneda de uso común.
El motivo no puede ser más claro. Con la Transición se cerraba una etapa de la Historia de España con un acuerdo que se resumía en dos puntos básicos: no miremos al pasado para no remover los odios fratricidas, y miremos al futuro desde el mutuo reconocimiento de que todos, incluido el PC, tenemos derecho de participar del poder en función del apoyo que logremos recabar en las urnas. El PSOE se opuso, como no podía ser de otro modo, y exigió la “ruptura”. Los españoles le dieron la espalda, y tuvo que aceptar a regañadientes una Transición que no aceptaba porque, formalmente, le daba tanto derecho al poder como al centro derecha.
Desde 1982 la cuestión perdió importancia para los socialistas, pero la victoria del PP en el año 2000 por mayoría absoluta les hizo ver que el centro derecha puede convencer a la mayoría de los españoles, y ocupar el poder sin su concurso, o el de los nacionalistas. Y no están dispuestos a aceptarlo. Por ahí, no pasan. Hay que volver a la “ruptura”, hay que llevar a cabo la destransición.
Pero hay un elemento en todo este proceso que parece escaparse a más de uno. Vemos los elementos aislados, pero parece que cuesta captar el sentido último de todo ello. La clave está en el destruccionismo. Mises dedicó toda una parte de su excelente obra sobre el socialismo al destruccionismo como elemento esencial de esa ideología. Pero él mismo se limitó a un aspecto concreto, el económico. Y sin embargo tiene una importancia fundamental en todos los órdenes de la vida social.
Los socialistas quieren someter a España a una auténtica transformación, y para ello es necesario romper todos los lazos de la solidaridad natural que dan vida y hacen fuerte a una sociedad: la familia, la unidad de España o el mantenimiento de consensos básicos como que todas las ideas políticas tienen igual derecho a batirse por el favor de los electores, todo ello es un estorbo para el cambio. Romper, para luego someter. Destruir, enfrentar y llamar al odio existencial (memoria histórica, marginación del PP de los pactos democráticos…), para actuar sobre una sociedad dividida y sin cohesión. Esta es la estrategia socialista del destruccionismo, que en España se plasma en la destransición.
Pero, como ya advirtió Adam Smith en La Teoría de los Sentimientos Morales, muchos políticos cometen el error de ver a los individuos como fichas de un tablero de ajedrez, ya que cada uno tiene un impulso propio, que no tiene porqué plegarse a los planes urgidos desde el poder. Y la violenta y radical política de destruccionismo del Gobierno Zapatero está despertando muchas conciencias, que sencillamente no están dispuestas a dejarse manipular. Las tornas están cambiando.