Hace una semana que Dan Rather dijo adiós a las cámaras. Pocos periodistas han sido tan conocidos en las dos últimas décadas en los Estados Unidos. Pocos han encarnado como él la figura del anchorman; el presentador y editor de los noticieros, que con su presencia ante las cámaras firma el sentido que se da al trato de la información. En España le conocemos por uno de los episodios menos dignos de su carrera, el rathergate. Entonces sacó a la luz unos documentos que servían para acusar, en plena campaña, a George W. Bush de un caso de nepotismo de hace 30 años. Los documentos eran falsos, como se encargaron de demostrar, en menos de una jornada, las bitácoras. Pero Dan Rather es mucho más que un caso aislado de manipulación. Es un perfecto ejemplo de una forma de entender el periodismo.
Dan Rather siempre se fió de su instinto sobre lo que era verdad y no lo era. Timothy Crusoe, historiador de la campaña de Richard Nixon, dice que “Rather iba adelante con una historia incluso si no la tenía perfectamente atada con los hechos” ya que “si un rumor le sonaba sólido, si confiaba en su intestino o lo obtenía de una fuente que le pareciera honesta, le daba salida. Los otros corresponsales de la Casa Blanca le odiaban por eso”. Este comportamiento puede parecer simplemente ventajista, audaz. Pero responde a toda una visión de cuál es la verdad. Pondré un ejemplo anterior al último rathergate: En 1988 presentó un reportaje llamado The Wall Within. En éste aparecían los testimonios de varios veteranos de la guerra de Vietnam. Todos explicaban en detalle sus experiencias bélicas. Pero lo que aportaba este documental era la denuncia de cómo los soldados estadounidenses violaban de forma sistemática, según contaban en primera persona, los derechos humanos y cometían crímenes de guerra. Dan Rather estaba orgulloso de su trabajo que, decía, iba a inaugurar un nuevo estilo de documental. Desde luego no le faltaba razón, porque todos los testimonios eran falsos ya que ninguno de los soldados que había reclutado frente a las cámaras había estado en Vietnam. Era todo una farsa, en el precursor estilo que luego recogiera Michael Moore.
Sin embargo esta estrella del periodismo jamás tuvo la conciencia de ser deshonesto, sino exactamente todo lo contrario. ¿Cómo es eso posible? Para poder entender a Dan Rather y al periodismo que él encarna hay que acudir a las palabras que le dirigió a su colega Bill O’Reilly en una entrevista que le concedió antes de que estallara el escándalo que lleva su nombre. Rather dijo entonces: “Creo que se puede ser una persona honesta y mentir sobre una serie de cosas”. Es más, “¿quién entre nosotros no ha mentido en alguna ocasión?” La explicación de porqué, según Rather, se puede mentir y ser honesto al mismo tiempo es su visión de lo que es la verdad. Para él hay una verdad profunda, fundamental, que básicamente consiste en su ideología. En su idea de lo que es bueno y malo. Frente a esa verdad fundamental, detalles como la correspondencia de las afirmaciones con los hechos carecen de importancia. De este modo, puesto que el periodista se ve como cruzado de esa verdad profunda, se considera fundamentalmente honesto, por más que sea capaz de inventarse nada menos que varios testimonios sobre Vietnam.
Ya entonces alegó que lo importante era que el ejército americano había violado los derechos humanos, más que el mero hecho de que las declaraciones de su documental no se ajustaran a la verdad. Cuando Rather se vio obligado a reconocer la falsedad de los documentos sobre Bush que había guardado durante muchos meses para sacarlos en plena campaña, Rather alegó que lo de menos era la veracidad de los documentos. Que había que fijarse en lo verdaderamente importante, es decir, el ventajismo de que George W. Bush era capaz.