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José Carlos Rodríguez

Al fin un Supremo conservador

El giro conservador del Supremo es importante porque condicionará la marcha política de aquel país en las próximas décadas en cuestiones vitales para la ciudadanía. Es la mejor contribución de George W. Bush a su país.

La sentencia del Estatuto de Cataluña nos ha recordado que se reviste de Tribunal Constitucional un órgano político, tan rastreramente político como cualquier otro. Con el poder, eso sí, de cambiar parcialmente nuestro ordenamiento jurídico. Siempre he sido lo suficientemente conservador, o realista si lo prefieren, como para saber que no hay ni puede haber institución humana que se roce con la perfección, pero también es cierto que las hay mejores y peores. Y siempre he mirado al Tribunal Supremo de los Estados Unidos como uno de los mejores hallazgos de la estructura institucional de aquel país.

En España, cada miembro del Constitucional funciona como un siervo del partido que le ha elegido, y el líder del partido mayoritario encabeza el poder ejecutivo y lleva su mayoría en el Parlamento al Constitucional. En Estados Unidos es el presidente quien elige a los miembros del Supremo, aunque luego tienen que ser confirmados por el Senado, pero su puesto es vitalicio por lo que no pueden ser castigados o premiados por su actuación, y generalmente continuarán con su labor con varios sucesores del presidente que les nombró. El resultado es que los nuevos miembros del Supremo suelen compartir la misma filosofía que el presidente, aunque no siempre, pero no tienen el poder de decidir sobre cada caso que abordan, como sí ocurre en España. Es más, no es infrecuente que voten en contra de la opinión de quien les propuso.

El Supremo, por lo general, ha acabado dando pábulo al crecimiento del poder federal en los Estados Unidos, aunque ha tenido como presidentes a heroicos defensores de la Constitución frente a los abusos del presidente de turno, como Roger Taney ante Abraham Lincoln o Hughes ante algunas de las políticas de Franklin D. Roosevelt. Este presidente, uno de los peores en la historia de los Estados Unidos, tuvo doce años para nombrar miembros del Tribunal Supremo, y le dio un giro hacia la izquierda que se profundizó en la era de Earl Warren.

Eso empezó a cambiar bajo William Rehnquist. Este domingo, en una excelente información, The New York Times hace un análisis de los cinco años del Tribunal Supremo presididos por el juez John Roberts, y concluye que el de Roberts será el Supremo más conservador de los que recuerden quienes puedan aún contarlo. Las claves son la sustitución de Sandra Day O'Connor, una progresista liberal, por Samuel Alito, uno de los jueces más conservadores de las últimas décadas, y el desplazamiento del centro del tribunal desde O'Connor a Anthony Kennedy, que se ha ido haciendo más conservador con los años. El nombramiento de Sonia Sotomayor y, previsiblemente, de Elena Kagan, por parte de Barack Obama, no cambia el carácter conservador del Supremo, pues sustituyen a dos jueces progresistas.

Todo ello es importante, porque condicionarán la marcha política de aquel país en las próximas décadas en cuestiones vitales para la ciudadanía. Es la mejor contribución de George W. Bush a su país. Y es la plasmación, tardía e incompleta, del revivir del conservadurismo en los Estados Unidos desde los años 70'.

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