"Un espectro se cierne sobre España, el espectro del comunismo". Así empieza el Manifiesto comunista de Marx y Engels. Naturalmente, se ha sustituido "Europa" por "España", porque es la única nación en la que este texto demagógico aún tiene cierto predicamento y divulgación, después de 166 años y por culpa de las universidades públicas donde se estudia como una biblia laica. Las ideas simplonas e inquietantes de este panfleto están muy bien expuestas para crear en los lectores complicidad con ese espíritu cainita que desprende el escrito, como igualmente sucede con el discurso demagogo de la emergente ultraizquierda española, quien, fiel a su ideario marxista-leninista, actúa con ese mismo espíritu para reinventar en pleno siglo XXI la lucha de clases.
Esa agrupación que consiguió más de un millón doscientos cincuenta mil votos en las elecciones europeas tiene muy claro que quien lanza consignas (la negación del lenguaje, decía Camus) en un tiempo de incertidumbre y corrupción sistémica puede conseguir el poder omnímodo y totalitario, que es un objetivo coherente con su ideología comunista, de la que hacen continuamente profesión de fe.
Si España se encuentra en esta patética situación no es por maldición alguna sino porque durante cincuenta años (último franquismo y Transición) se ha creado un Macroestado (clase extractiva) en el que todas las estructuras administrativas y educativas fueron tomadas por una élite de prescriptores sociales (profesores, jueces, médicos, intelectuales, periodistas…) que tenían en común la ideología socialista, porque es la que mejor garantiza su estatus y bienestar de funcionarios vitalicios.
Esta es la causa primera, geométrica, de todo lo que está pasando en la política española. Aquí no hay una lucha de la clase proletaria contra la burguesía (nunca la hubo en ningún sitio, fue una hábil propaganda del pijo Federico Engels), sino una dura pelea entre una casta política degenerada por la corrupción y la molicie y otra casta emergente, salida del aparato del Estado y que vive muy bien en él, con un proyecto colectivista de toma del poder que cuenta con un ejército de votantes de menos de 40 años. Todos esos millones de jóvenes que han sufrido y asimilado las doctrinas progres y tribales (el nacionalismo periférico no es más que un marxismo disfrazado) de un sistema educativo cuyo profesorado está volcado con la causa antisistema de esa ultraizquierda son los activos electorales de esta casta extractiva que pretende perpetuar un Megaestado donde gobernará gracias a los votos de esas generaciones que han sido educadas con referentes de sicópatas comunistas como el Che Guevara, Lenin o los podridos mitos izquierdistas de la República o la Guerra Civil, y sin embargo nadie les ha hablado de la sociedad abierta de Popper o las revoluciones liberales inglesa y española. Han caído en la servidumbre voluntaria (La Boetie), fruto de decenios de la nefasta educación pública. Y nadie ha hecho nada desde las instituciones por arreglar esta tragedia social liberalizando la educación para hacerla independiente del Estado, y que los padres escojan el ideario educativo, sino todo lo contrario: más estatalización del saber para producir personas frustradas e ignorantes aunque adoctrinadas… ¡Es la escuela, necios!