Allá por los años setenta del pasado siglo, las escasas voces liberales ya denunciaban que la universidad española era un auténtico búnker marxista. Efectivamente, el Alma Mater de la patria era en aquel tiempo un hervidero de las zafias doctrinas marxianas que inundaban todas las facultades sin excepción. (Hasta en la ciencia médica existía la lucha de clases…). Y lo que parecía una moda intelectual pasajera, proveniente de la cínica gauche divine confortablemente acogida en La Sorbonne, se instaló definitivamente en todas las universidades públicas de España hasta hoy.
Aquellas semillas de pura ideología totalitaria y victimista fructificaron porque llevaban en su interior una estrategia política muy eficaz para apoderarse de la superestructura social y tomar el poder. Así fue, después del ingenuo interregno de Suárez y el pragmatismo de La Zarzuela triunfó la revolución de los profesores no numerarios (hoy catedráticos eméritos), liderados por Felipe González. Y con ellos llegó también la entronización de la casta universitaria, el búnker marxista que gobierna en la sombra España desde aquellos setenta y que ahora resplandece con la epifanía de Podemos.
La inefable ley de causalidad se muestra ahora en todo su esplendor: España es una unidad de destino colectivista. Durante más de cuarenta años, la casta extractiva universitaria fue moldeando maestros y profesionales marxistoides que tomaron escuelas, hospitales, empresas públicas y todo el aparato del Estado para crear el caldo de cultivo de una socialdemocracia corrupta, con el Partido Popular de tonto útil y cómplice de todos los sobornos y malversaciones de caudales públicos. El nacionalismo, gracias al invento de las autonomías, que permitió armonizar la corrupción sistémica, se convirtió en el gran chantajista y obtuvo pingües beneficios para sus castas extractivas. Al final del recorrido por este delirante trayecto histórico plagado de felonías a la sociedad española, esa que paga impuestos y trabaja para pagar un Estado descompuesto y elefantiásico, nos encontramos un paisaje desolado, donde las nuevas generaciones, adoctrinadas para el colectivismo victimista que predica Podemos, están sin futuro; y los trabajadores y las empresas se encuentran sumidos en la precariedad más indignante porque la irreal economía especulativa y financiera no garantiza prosperidad.
Para nuestra desgracia, en el horizonte sólo aparece el pertinaz búnker marxista de la casta universitaria, ofreciendo miseria material y espiritual pero camuflada con mendaces eslóganes leninistas (tipo "Paz y pan") en luminosos platós de televisión. El sueño colectivista de aquellos afrancesados penenes de los setenta se cumplirá como farsa y tragedia, aunque a ellos no les afecta porque están muy bien pensionados (la aspiración de todo buen marxista).