El socialismo es una religión laica, con sus santos, mártires, libros sagrados, lugares de la memoria, y milagros. Una fe política que busca el advenimiento del Paraíso Socialista, la utopía igualitaria en armonía y felicidad, derribando los obstáculos presentes. Es una fe, además, que se cree científica, en un mecanicismo histórico que hace sentir a sus seguidores como visionarios, poseedores de la verdad, y con una evidente superioridad moral. Por eso el socialismo tiene sus predicadores, proselitistas que dedican su vida a la agitación y propaganda para ganar adeptos en la creación del Hombre Nuevo para la Sociedad Nueva. Y construyen una mística, casi una mitología, una patrística de los fundadores, de aquellos que, en su mentalidad, dieron los primeros pasos de la "buena nueva". En el caso del socialismo español es Pablo Iglesias Posse.
La biografía del fundador del PSOE no se diferencia a la de cualquier político medio de la Restauración: nacido en provincias –El Ferrol (1850)-, emigra a Madrid, donde estudia, participa en tertulias, y colabora con periódicos políticos como La Emancipación y La Solidaridad. Se afilió a La Internacional en la Asociación del Arte de Imprimir, aunque su idea del socialismo provenía de la traducción que Pi y Margall y Fernando Garrido habían hecho de Proudhon y de otros socialistas franceses. Es más; cuando Paul Lafargue, enviado por Marx, llegó a España en 1871 se entrevistó con Pi y Margall para que fundara un partido marxista, a lo que el catalán se negó. De haber aceptado quizá el socialismo en nuestro país hubiera sido muy distinto.
Iglesias Posse nunca fue un teórico, ni un pensador, ni siquiera conoció en profundidad el marxismo. De hecho, cuando se decidió, junto a una veintena de personas, a fundar el partido socialista en 1879, en la taberna Labra, un dos de mayo, junto a la Puerta del Sol, no estaba muy seguro de cuáles eran los principios que debía seguir. Fue José Mesa, más leído y afincado en París, el que, en contacto con Jules Guesde, les hizo llegar una especie de decálogo de las ideas a predicar.
El líder socialista se dedicó fundamentalmente a la organización, agitación y propaganda, para lo cual fundó El Socialista, con cierto desprecio hacia los intelectuales. Joaquín Maurín escribió en 1930 que Iglesias era un déspota dentro del partido. Dedicó el trabajo de los suyos a la organización de huelgas, lo que le llevó a la cárcel en numerosas ocasiones. Este aspecto conflictivo de Iglesias hizo que le fuera difícil encontrar empleo. La solución fue convertir al patriarca del PSOE en el primer liberado de su historia. De hecho, así se lo dijo a la cara el diputado por Jerez, Pérez Asensio, el 25 de junio de 1910: "Usted no es obrero pero vive de los obreros".
El desprecio por la participación política era proverbial en Iglesias Posse. Entendía la democracia como un tránsito al socialismo, y el acudir a las elecciones era visto como una colaboración con el "régimen burgués". Así, en 1886 se produjo la primera crisis en la dirección del PSOE, cuando Jaime Vera y García Quejido defendieron ir a las urnas, como hacían sus homólogos europeos, e Iglesias se negó. No quiso entonces ningún contacto con los partidos republicanos, a los que consideraba "burgueses". Prefería la lucha sindical a la política, y por eso fundó la UGT en 1888, en Barcelona, aunque la dirección efectiva estuvo en Madrid y en la mano de Iglesias. Esto cambió cuando se creó al año siguiente la Segunda Internacional, y en su congreso de 1891, en Bruselas, se dio la consigna de participar en las elecciones. En el caso español parecía la ocasión propicia porque se acababa de restablecer el sufragio universal masculino. Así lo hicieron, a despecho de Pablo Iglesias que escribió:
Nosotros defendemos el sufragio universal por ser un excelente medio de agitación y propaganda de nuestras ideas; pero le negamos la virtud de poder por sí mismo emancipar a la clase proletaria (…). Los trabajadores no deben olvidar nunca que su acción revolucionaria tiene por fin supremo arrebatar a la clase capitalista con los instrumentos de trabajo su propia existencia.
Esta actitud del líder socialista, la inexistencia de una organización volcada en la lucha electoral y sin cultura democrática, sino revolucionaria, dieron un resultado pésimo. Las convocatorias se saldaron con fracasos, incluso en las ciudades, donde el sufragio era libre, llegando en 1898 a reunir 20.000 votos en toda España. El contraste con la socialdemocracia alemana era tremendo: en aquella época el SPD era el primer partido del Bundestag.
La relación de Iglesias con la violencia era la típica de una opción intrínsecamente revolucionaria. No solo dijo que el asesinato de Cánovas en 1895 se debía a la represión gubernamental, sino que el asesino –un socialista– que acabó con la vida Viacheslav von Pleve, ministro ruso, en 1904, era
acreedor a las alabanzas y al reconocimiento de cuantos desean libre a la Humanidad de monstruos humanos.
Y cuando Carlos I de Portugal y el príncipe Luis Felipe fueron asesinados a tiros en febrero de 1908, Pablo Iglesias se negó a firmar las condolencias del Ayuntamiento de Madrid, donde era concejal, alegando:
Nosotros no condenamos ni sentimos el acontecimiento trágico habido en Lisboa. Es más, creemos que constituye una gran lección, que deberán tener en cuenta aquellos que pretenden seguir ciertos derroteros.
Pablo Iglesias salió elegido concejal en Madrid en 1904, y según Juan José Morato, uno de sus hagiógrafos, se debió a dos trampas: hicieron que sus afiliados votaran en varias urnas a la vez, e imprimieron papeletas con los nombres de los candidatos socialistas que simulaban por fuera ser de liberales o conservadores. Nada más tomar posesión del cargo, dijo:
Nuestra acción nos creará enemigos; no nos importa. Merecer el odio de los que envenenan al pueblo, de los que le roban, de los que le toman como cosa explotable, será para nosotros una honra.
A pesar de esto, algunos intelectuales se acercaron al socialismo, como Miguel de Unamuno, que acabó huyendo del PSOE diciendo:
Tienen el alma seca, muy seca, es el suyo un socialismo de exclusión, de envidia y de guerra, y no de inclusión, de amor y de paz. ¡Pobre idea! ¡En qué manos anda el pandero!
También se acercó José Ortega y Gasset, quien comenzó con el mito del santo laico, en un artículo publicado en El Imparcial, el 10 de mayo de 1910:
Los votos de Pablo Iglesias han henchido las urnas de virtudes teologales. (…). Pablo Iglesias es un santo. (…). Pablo Iglesias se ha ejercitado hasta alcanzar la nueva santidad, la santidad enérgica, activa, constructora, política (es, junto a Francisco Giner, uno de) los europeos máximos de España. (Porque) el socialismo es una ciencia, no una utopía ni una grosería (…) es la idea organizadora de la Justicia.
Esa "santidad" y "virtud teologal" no evitaron que dos meses después, en su primera intervención parlamentaria, el 7 de julio de 1910, Pablo Iglesias dijera que su partido lucharía "en la legalidad mientras pueda y saldrá de ella cuando deba", añadió que "para evitar que Maura suba al poder debe llegarse hasta el atentado personal". Los diputados conservadores protestaron, y el presidente del Congreso, Romanones, pidió al socialista que retirara las palabras, cosa que no hizo, aunque especificó que no era una amenaza.
Pablo Iglesias llegó al congreso gracias a sus antes odiados republicanos, con los que firmó un acuerdo electoral tras la Semana Trágica de Barcelona. Sin embargo, a partir de ahí la enfermedad comenzó a mermar sus condiciones físicas, y pasaba largas temporadas recluido en su casa. El PSOE y la UGT quedaron en manos de Largo Caballero y Julián Besteiro, que organizaron la huelga revolucionaria de 1917. Iglesias Posse, al que llamaban "El Abuelo", supo que se estaba organizando, pero no fue procesado porque no le presentaron el manifiesto insurreccional para que lo firmara. Lo mismo ocurrió con el apoyo que Besteiro, verdadero director del PSOE, dio al golpe de Lenin en el congreso extraordinario de 1919 con una declaración que decía:
El partido socialista español no puede hacer otra cosa sino aprobar la conducta de las organizaciones proletarias que desde la revolución de octubre vienen ocupando el poder en Rusia
El fundador del PSOE, enfermo, no hubiera dicho lo contrario. Morato escribió que fue como un "rayo de alegría el triunfo de la revolución social en Rusia, suceso que Iglesias vio con júbilo". Del mismo modo, asumió la aceptación que Julián Besteiro y Largo Caballero hicieron de la Dictadura de Primo de Rivera, hasta el punto de que éste último ocupó un cargo en el Consejo de Estado. Pablo Iglesias siguió escribiendo en El Socialista, anunciando que el partido debía adaptarse a las circunstancias por el bien de los obreros.
Iglesias murió el 9 de diciembre de 1925, y comenzó la "canonización". El primero fue Julián Zugazagoitia ("Una vida heroica", 1925), al que siguieron Fernandez Cuenca ("La vida del apóstol. La muerte del Abuelo", 1925) Juan Almela, su hijo, con un relato de su vida privada, los estudios de Indalecio Prieto y Julián Besteiro, la hagiografía de Juan José Morato ("Educador de muchedumbres", 1931). Incluso escribieron una obra de teatro titulada "¡Voluntad! Obra social inspirada en la actuación reivindicadora del leader socialista Pablo Iglesias" (1925). Luego el blanqueo de su figura e ideas se intensificó en las décadas de 1970 y 1980, coincidiendo con aquel viejo lema de "Cien años de honradez". Para entonces, Pablo Iglesias Posse ya era un santo.