Jesús Mosterín, investigador del CSIC, ha escrito en El País un artículo en el que pide la abolición de los toros. Su argumento es que se trata de una "salvajada" resultado de una "cultura violenta", propia de un país en el que apenas tuvo incidencia el movimiento ilustrado del XVIII. Los españoles, dice, no tienen "un gen de la crueldad", sino que a diferencia de Inglaterra, donde se prohibió la Fiesta, la cultura es inferior porque los españoles no pasaron "por el proceso de racionalización de las ideas y suavización de las costumbres conocido como la Ilustración". Es decir; los toros son un "síntoma de nuestro atraso" secular que nos mantiene sumidos en "la España negra".
Si el artículo fuera lógico, una categoría a la que Mosterín alude con frecuencia, no contendría incoherencias. La primera de ellas es vincular la Ilustración con la eliminación de la crueldad. Un breve repaso a la historia europea de los siglos XIX y XX nos sacará de dudas. Francia fue el abanderado del movimiento ilustrado occidental, a pesar de lo cual fue el triste escenario de la primera liquidación social contemporánea. Los números son claros: la dictadura jacobina, cuya doctrina era hija de la Ilustración, estableció el régimen del Terror que hizo pasar por el cadalso a decenas de miles de personas en los últimos meses de la Convención, y a casi un millón de ciudadanos por la prisión. Y esto sin contar el episodio de La Vendée, donde el ejército republicano arrasó a unos 20.000 monárquicos. A pesar de esto, si Mosterín tuviera razón, en un país abanderado de la Ilustración como Francia no existiría la Fiesta de los toros, y existe.
Es más, para seguir demostrando que la Ilustración no es una vacuna para el "gen de la crueldad", podemos viajar un poco más al norte: Alemania. Aquella magnífica Confederación Alemana, gestada en 1815, engendró los más delicados y profundos pensadores, músicos y literatos, creando una tradición cultural envidiable. Desarrolló un enorme potencial económico, científico y militar, y para el último tercio del siglo XIX, el II Reich era la mayor potencia europea, con universidades de enorme prestigio, una élite intelectual casi inmejorable y un sistema de partidos respetable, incluido el envidiado SPD. Podríamos colegir que una sociedad tan avanzada culturalmente, que había pasado no sólo por la Ilustración sino por el Romanticismo con tan evidente éxito, no caería en ningún caso en la barbarie nazi, en aquel genocidio calculado, y cayó.
La segunda incoherencia es poner el ejemplo de Inglaterra. Dice Mosterín que aquel país abolió en su territorio los toros a principios del XIX, mientras que en España no. Mala comparación. La trascendencia social, cultural, política y económica de los toros es perfectamente descriptible en la historia de Inglaterra: ninguna; con lo cual no sirve como ejemplo de respuesta de país civilizado, ni como solución gubernamental a un enorme debate con profundas raíces culturales y evidentes connotaciones políticas. Es irrelevante.
La tercera es cuando afirma Jesús Mosterín que la Fiesta es percibida como una "tortura pública y atroz de animales inocentes" (nunca había pensado en la "culpabilidad" de los animales), por la "inmensa mayoría de la gente". Y a continuación dice que el PP se opone a su abolición invocando las "esencias de la España negra para tratar de arañar un par de votos". ¿En qué quedamos? Si la mayoría desprecia los toros, ¿cómo van a conseguir votos defendiéndolos? No se entiende, o se entiende muy bien.
El motivo de estas incoherencias es mostrar la enmohecida idea del atraso secular y el fracaso permanente por culpa de la victoria de una de las dos Españas, la de la "esencia negra", cruel, triste y tradicional –la del PP, claro–, frente a la europea, progresista y alegre –la de todo el que no sea del PP, evidentemente. Sin ser aficionado taurino, y sí acérrimo defensor de la Ilustración –incluso hoy mismo–, creo que el abolicionismo precisa de argumentos más lógicos, mejor construidos, con mayor precisión científica, histórica y cultural, algo de coherencia y menos carga política.