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Jorge Vilches

Las barbas de Rajoy

El PP estará obligado a tomar medidas que requerirán del consenso, o al menos de la aceptación, de muchos, pero los nacionalistas, los sindicatos y la izquierda radical planean aprovechar la ocasión para obtener un rédito particular o ganar terreno.

Quizá no seamos Grecia, pero es muy probable que nos espere una respuesta sociopolítica muy similar a la griega cuando se hagan los ajustes. El panorama es desalentador. Nuestra democracia vive el momento previo a la tormenta, cuando las fuerzas sociales y políticas ajenas al presumible gobierno de Rajoy dejan ver la actitud y reivindicaciones que marcarán la próxima legislatura. El Ejecutivo del PP estará obligado a tomar medidas que requerirán del consenso, o al menos de la aceptación, de muchos, pero los nacionalistas, los sindicatos y la izquierda radical planean aprovechar la ocasión para obtener un rédito particular o ganar terreno.

Acabamos de presenciar la violencia verbal con la que la clase política catalana se ha tomado la sentencia del Tribunal Supremo en lo referente al castellano en la educación, que ha ido acompañada del habitual victimismo, del complejo de superioridad, de la atribución de la voz de toda Cataluña, y de la independencia como chantaje. Y venderán el consenso en los ajustes por una política más favorable a su objetivo independentista. Artur Mas lo ha señalado en un mensaje muy calculado para el próximo gobierno del PP: "Cataluña debe hacer su propia transición".

Por otro lado, hay que reconocer que uno de los éxitos de Zapatero, quizá el único, ha sido el embotamiento de los sindicatos mayoritarios. La huelga general convocada por la UGT y CCOO en 2002 contra el Ejecutivo de Aznar –una pantomima para borrar la imagen de años de colaboración con los populares- resucitó la alianza entre estas asociaciones y el PSOE. Una vez en el gobierno, Zapatero supo comprometerlos en su política, y con ello desarmarlos para la protesta ante cualquier reforma; como ocurrió con la frustrada y turbia huelga general del 29 de septiembre de 2010.

Pero ahora los sindicatos se reactivan tras el éxito del PP en las elecciones autonómicas y municipales, y han aumentado su visibilidad en las calles con manifestaciones y protestas. Y como ha ocurrido durante esta última legislatura, sus quejas se dirigen contra los gobiernos de las autonomías populares –Madrid, especialmente-, al tiempo que pronostican males sin fin si el 20-N gana Rajoy.

La izquierda radical, por su lado, ha visto en "los indignados" una posibilidad de renovación de su discurso y actitud, de maquillar los viejos eslóganes, ideas, enemigos y símbolos. La publicidad dada a ese movimiento, presentando sus actividades y reivindicaciones con pinceladas románticas, juveniles y trasgresoras, se compadece muy mal con la realidad, sobre todo cuando ha quedado al descubierto el grupúsculo radical que finalmente se ha hecho con las riendas del 15-M. Esto ha hecho que se fuera apagando. No obstante, los últimos conatos violentos que caracterizaron a "los indignados", con la toma de la Puerta del Sol y el cerco al Congreso de los Diputados, aventuran nuevos y más duros incidentes en cuanto se constituya el gobierno Rajoy.

Si difícil fue la reconversión que llevó a cabo el gobierno González para adecuar España a la Europa unida, y se cobró algaradas, manifestaciones y huelgas, no menor será la que lleve a cabo el de Rajoy. ¿Cómo era aquello de "Cuando las barbas de tu vecino veas pelar..."?

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