Uno de los elementos del zapaterismo fue el presentarse como el gobierno de izquierdas que iba a corregir la Transición ajustando cuentas con el régimen de Franco. Grupúsculos e ideas que hasta entonces se encontraban en la marginalidad, pasaron a primera línea. El plan no se limitaba a buscar el paradero de los asesinados en la represión franquista, sino reivindicar la II República como el antecedente del régimen actual y, en consecuencia, situar a los supuestos herederos del Frente Popular como los verdaderos y únicos demócratas. Esto suponía, claro está, que el PSOE, IU y alguno más debían ser considerados como los tutores de la democracia, y el PP, un mero invitado.
En esa política de ajuste de cuentas con el régimen de Franco hay que situar el ruido que ha levantado el juicio a Baltasar Garzón. La izquierda radical, tanto la política como la mediática, tomó su persona como símbolo "justiciero" durante la última legislatura de Zapatero. Tras el batacazo electoral y el bluff de los indignados, esa izquierda parece que quiere resucitar blandiendo de nuevo a Garzón. Ahora, el juicio al magistrado sería una prueba de que la Transición estuvo mal hecha, y que nuestra democracia es de baja calidad porque se encausa al magistrado por querer investigar el franquismo. Es más, dicen que la idea de que la Transición fuera "modélica" es un invento de la derecha que ha aceptado la izquierda más acomodaticia –entiéndase, el PSOE–.
Tres falsedades, al menos, alumbran este argumento. La primera es que el magistrado Garzón está siendo juzgado por querer la investigación judicial del franquismo y por pedir al Estado que encontrara a los muertos de la represión franquista. La verdad es que está ahí por cometer presuntamente una ilegalidad en el proceso del caso Gürtel.
La segunda falsedad es que "modélica" sea sinónimo de "perfecta". Después de treinta y cinco años nadie afirma que la Transición o la democracia de la Constitución de 1978 sean perfectas. Es más, desde esa fecha al día de hoy, nuestro Estado ha vivido serios cambios en cuanto a la concepción efectiva de la soberanía ya sea con motivo del ingreso en la CCE, hoy Unión Europea, o por la continua transferencia de competencias a las Autonomías. Del mismo modo, los agentes políticos y sociales, la sociedad civil, el Ejército y las costumbres son otras muy distintas. La democracia de 1978 no es la de 2012.
La tercera falsedad, por terminar, es que se trate de una idea de la derecha asumida por la izquierda suave. La verdad es que el PSOE de González y Guerra, y el PCE de Santiago Carrillo, protagonizaron en gran medida la Transición y la elaboración de la Constitución, junto a los hombres de la UCD de Suárez. Todos ellos, con un enorme respaldo de las urnas, consideraron que la fórmula más oportuna para asentar la democracia en España era la Constitución de 1978, y de momento no se han equivocado, aunque sea mejorable. Y durante los catorce años de gobierno socialista no se oyó una voz importante en la izquierda, alguien con peso o relevante, que denostara la Transición, la democracia del 78 o que pidiera que se hiciera justicia al régimen de Franco.
En realidad, lo que muestra este ruido por Garzón no es una Transición fallida y una democracia falsa; sino al contrario, deja al descubierto el agotamiento de una izquierda radical, la que creyó que con el zapaterismo llegaba su momento, anclada en el pasado inventado y en principios añejos y extraños, no a una democracia contemporánea, sino a una democracia cualquiera.