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Jorge Vilches

Ecodictadores

Si queremos combatir el cambio climático, dicen, ha de surgir un "hombre nuevo", apelación esta que ha sido recurrente en todas las ideologías totalitarias del siglo XX, desde el fascismo hasta el comunismo.

Un asesor del Gobierno británico, el ecologista Jonathan Porrit, ha propuesto la reducción a la mitad de la población de su país, de 60 a 30 millones, para equilibrar los recursos al número de personas y evitar así el cambio climático. No hace falta recurrir a Thomas Malthus para concluir que no es un planteamiento nuevo.

Desde hace años, en algunos sectores del ecologismo se está imponiendo la idea de que la solución al cambio climático es la reducción de la población en el planeta. El instrumento sería una drástica eliminación de los nacimientos, especialmente en la Unión Europea y Estados Unidos. Esto, dicen, se llevaría a cabo a través de promoción de los anticonceptivos, las facilidades para abortar y las multas por embarazo y alumbramiento. El ejemplo a seguir, dijo hace años el español Santiago Grisolía, premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, es China, la dictadura comunista.

Este ecologismo de izquierdas ha señalado al culpable, Occidente, y a lo que es su seña de identidad, la defensa de la libertad. El "neoliberalismo", alegan, ha inoculado en el ser humano unas costumbres vitales que son nocivas para la naturaleza; costumbres que van desde encender una bombilla, a comprar unos zapatos o tomar el coche para ir de vacaciones. Por tanto, se es más culpable cuantas más luces se enciendan, más zapatillas se adquieran o se vaya más de viaje en automóvil. Y los que profesan tales perjuicios medioambientales somos, claro, los occidentales, doblemente culpables por globalizar un sistema económico y político "contaminante", y explotar al resto del planeta para satisfacer "mezquindades".

Y como todo fundamentalismo va acompañado de cierto alarmismo catastrofista, llegan a la conclusión de que la concienciación y la educación no son suficientes para impedir el cataclismo. Es preciso, entonces, configurar una nueva sociedad a través de la coacción y la eliminación de la libertad del hombre, como en China.

Si queremos combatir el cambio climático, dicen, ha de surgir un "hombre nuevo", apelación esta que ha sido recurrente en todas las ideologías totalitarias del siglo XX, desde el fascismo hasta el comunismo. En esta nueva versión, el desarrollo sostenible pasa por la "reprogramación" del ser humano, y obtener un individuo con otras costumbres, ideas, sentimientos, valores y gustos. ¿Cuáles? Los ecoprogres, claro, los únicos y verdaderos.

En cada momento de la evolución humana ha habido movimientos o personas que creían en la necesidad de la ingeniera social para lograr un objetivo superior al propio hombre. Totalitarios que creían en la necesidad de derruir lo existente y erigir una sociedad nueva, homogénea, uniforme, ideal. En el Occidente del siglo XXI ese protagonismo pertenece al ecoprogresismo, capaz de violentar la naturaleza de individuos y sociedades para recrear su mundo perfecto. La pena es que sus planteamientos se hayan asentado entre lo políticamente correcto, repetido por los gobiernos y medios de comunicación, sin más coherencia que la búsqueda de la buena imagen, del buenismo simplón. Y así, crecidos por el aplauso oficial, y alejados del ecologismo sensato, exhalan propuestas que recuerdan dictaduras pasadas y presentes.

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