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Jorge Soley

La muerte de Scalia impacta en las primarias republicanas

Scalia no era precisamente un juez más, sino un personaje brillante, admirado u odiado con pasión.

Scalia no era precisamente un juez más, sino un personaje brillante, admirado u odiado con pasión.
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La campaña de las primarias estadounidenses se ha visto sacudida estos días por la inesperada muerte del juez del Tribunal Supremo Antonin Scalia. Scalia no era precisamente un juez más, sino un personaje brillante, admirado u odiado con pasión, probablemente el juez más influyente en las últimas décadas por su denodada y a menudo solitaria defensa de una lectura textual de la Constitución. Para Scalia, el papel del Supremo no era reinterpretar hasta el infinito la Constitución, haciéndole decir lo que nunca dijo. Era, también, un juez que unía su rigor argumentativo a un estilo que no renunciaba a la ironía, como cuando escribió, a propósito de los argumentos empleados en la sentencia que autorizaba el matrimonio entre personas del mismo sexo:

El Tribunal Supremo de Estados Unidos ha retrocedido del disciplinado razonamiento legal de John Marshall y Joseph Story a los aforismos místicos de las galletas de la suerte.

Pero, más allá de que una figura como Scalia sea imposible de sustituir, lo cierto es que su desaparición supone un golpe tremendo para las aspiraciones conservadoras. De hecho, aún antes de ser enterrado el difunto juez ya se habían desatado múltiples especulaciones sobre la designación de su sucesor. Cruz fue el más rápido, lamentando la pérdida de Scalia y pidiendo que sea el próximo presidente de los Estados Unidos quien proponga a quien ocupe la vacante dejada por aquél, una opinión a la que se ha sumado el líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell. Los demócratas, por su parte, no han ocultado su regocijo ante esta inesperada oportunidad de decantar el Supremo hacia sus posiciones y reivindican el derecho de Obama a proponer al sustituto de Scalia. Que tiene esa prerrogativa es obvio, como también lo es que, en buena ley, la aprobación necesaria en el Senado no debe juzgar sobre las ideas del candidato, sino sobre su preparación. Algo que no hicieron los congresistas demócratas cuando, en tiempos de Reagan y liderados por Teddy Kennedy y Joe Biden, tumbaron la candidatura del juez Bork en base a sus solas ideas políticas. Ahora los republicanos, que tienen la mayoría en el Senado, pueden optar por bloquear cualquier designación de Obama, una apuesta arriesgada que tensionaría el sistema político como hace tiempo que no se recuerda, o bien por consensuar un candidato moderado... ante el temor de que, en caso de que el próximo presidente sea demócrata, el propuesto sea un izquierdista radical. En cualquier caso, el tema de la designación para el Supremo se ha colado en la campaña y, por ejemplo, Cruz ya ha lanzado un vídeo mostrando el apoyo de Trump en el pasado al aborto por nacimiento parcial, acompañado del mensaje de que el magnate no es de fiar a la hora de designar un candidato al Supremo.

No ha sido el único ataque que ha recibido Trump esta semana. Sus declaraciones en el debate de los candidatos republicanos, acusando a George W. Bush de mentir y posicionándose totalmente en contra de la guerra de Irak, le han valido numerosas críticas. Si alguien tenía alguna duda sobre el desencuentro entre el establishment del Partido Republicano y Donald Trump, este nuevo paso del multimillonario lo deja bien claro.

Otra de las grandes incógnitas de esta semana es cómo reaccionará Rubio a su pinchazo en New Hampshire. Y, sobre todo, por qué ocurrió. ¿Fue sólo su pájara durante el debate lo que le hundió o hay causas más profundas? Hay quienes le acusan de ser una especie de robot que repite cansinamente el guión previsto, sin chispa ni capacidad para conectar con la gente o para improvisar, algo clave en un país donde los debates durante la campaña electoral son continuos y mucho más decisivos que en el nuestro. Algunos, cruelmente, lo han comparado con un niño que recita su poesía de Navidad. Otros señalan que el problema no fue ya el mal momento en sí, sino la repercusión que se le dio, empezando por los medios demócratas, que probablemente temen a Rubio más que a otros candidatos: decenas de artículos, cientos de viñetas y millones de tweets se han volcado en presentar a Rubio como un robot. Pero quizás el problema es más profundo; quizás el problema reside en una mala estrategia de Rubio. Hasta ahora se ha esforzado en presentarse como el candidato conservador más elegible, pensando que de este modo conseguirá aglutinar el máximo de apoyos, pero algo no está funcionando. Lo que funcionó en anteriores campañas no está motivando a los votantes republicanos ahora, mucho menos dispuestos a ser realistas que en el pasado. La campaña no se está planteando en términos racionales, sino en términos de protesta y quejas. El criterio de elegibilidad, en base al que Rubio tendría una cierta ventaja, no está siendo determinante hasta el momento.

¿Y qué está ocurriendo en el bando demócrata? Sanders sigue sonriendo, disfrutando de su victoria en New Hampshire, pero preparándose para el batacazo que todos pronostican para la semana que viene. ¿La clave? Hillary consigue el 82% del apoyo entre los votantes negros de todo Estados Unidos, frente a solo un 8% de Sanders. Entre los votantes blancos la diferencia es 46 a 38 y entre los hispanos 48 a 36. Los afroamericanos pueden pues ser la clave que dé la nominación a Hillary, si no varían su comportamiento. La cascada de anuncios de campaña de Clinton dirigidos al colectivo afroamericano demuestra que Hillary sabe lo que está en juego.

Sanders, por su parte, confía en el empujón que le puede dar una realidad que le ha llevado hasta su posición actual: el partido demócrata sigue en su largo e incesante caminar hacia la izquierda y es hoy un partido en el que, sobre todo entre sus votantes jóvenes, Hillary es vista como demasiado poco radical. A la pregunta de si uno se identifica como izquierdista, moderado o conservador, los votantes demócratas que se consideraban moderados eran un 45% en el año 2000, frente a un 27% de izquierdistas. Estos porcentajes pasaron a ser 41 y 33% en 2008, y en 2015 los izquierdistas, 42%, ya superan a los moderados, que son sólo un 38% (en 2008 un 23% de los votantes demócratas se consideraban conservadores, ahora son un 17%). Sin este corrimiento a la izquierda, un autoproclamado socialista como Sanders no tendría ninguna opción. Resulta curioso, por otra parte, que este cambio haya aupado a una persona de 74 años cuya mujer, nos hemos enterado esta semana, ¡estuvo en Woodstock!

Un último apunte: a punto de enviar este escrito me entero de que Jeb Bush olvidó renovar su dominio www.jebbush.com y que Donald Trump, mucho más rápido, lo ha comprado. Ahora te redirecciona directamente a www.donaldjtrump.com. Es lo que se llama un gol por toda la escuadra.

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