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Jorge Alcalde

La catástrofe

Hay quien sigue jugando demasiado frívolamente con la palabra 'catástrofe'.

Hay quien sigue jugando demasiado frívolamente con la palabra 'catástrofe'.

Once años después de la peor catástrofe ecológica de la historia de España, un grupo de ciudadanos habitantes de las zonas afectadas ha visitado la Costa de la Muerte para conmemorar el accidente del Prestige en el día en el que se dicta sentencia sobre la responsabilidad penal y civil del caso. La fotografía sigue mostrando las heridas del vertido sobre una costa que ya no volvió jamás a ser habitada por la diversidad vegetal y animal que antaño le había dado vida. Los restos de petróleo aún impregnan algunas rocas casi como si fuera un homenaje a los mariscadores que vieron arruinado su forma de vida para siempre. Nada volverá a ser igual. La que fuera una de las fuentes de recursos naturales y alimentarios más importantes de nuestro país es, ahora ya definitivamente, una radiografía de la muerte.

Si hubieran tenido sólo una pizca de acierto las predicciones que se hicieron en los primeros días tras el vertido del Prestige por parte de las asociaciones ecologistas, la crónica de hoy debería haber empezado con el párrafo que acaban de leer. En aquellos días de desasosiego y falta de información, los primeros titulares de la prensa apuntaban a un futuro aterrador. Aquello era la peor desgracia natural de la historia, habrían de pasar décadas para que la zona pudiera empezar a recuperarse, la extracción de algunas especies quedaría imposibilitada para siempre. Peces, aves y plantas migrarían para no volver jamás.

Afortunadamente la naturaleza, 11 años después, ha vuelto a darnos una lección que, por desgracia, olvidaremos pronto.

Las consecuencias del vertido del Prestige fueron graves a muy corto plazo. En el primer año, se redujo al 50 por 100 la abundancia de algunas especies de peces y crustáceos en la zona y eso que durante 6 meses no se produjo ningún tipo de pesca. Las toxinas liberadas por el hidrocarburo tuvieron un efecto letal en algunas aves. El cormorán moñudo, por ejemplo, vio diezmada su población. Las aves supervivientes tuvieron que cambiar sus hábitos alimenticios. En los primeros meses tras el accidente, algunas especies de ave como la gaviota patiamarilla presentaron tasas de recuperación inferiores al 20 por 100. Aquellos fueron los peores momentos para la biodiversidad de la zona.

Pero sólo un año después del vertido las cosas cambiaron radicalmente. Al cabo de 12 meses las concentraciones de hidrocarburos en los mejillones habían vuelto a niveles previos al accidente. En 2 años era difícil encontrar restos de petróleo en los sedimentos y las comunidades de fauna y flora bentónica se parecían mucho a las de antes de 2002. En 5 años, el pobre cormorán moñudo había recuperado su dieta habitual y sus plumas ya no presentaban grandes cantidades de metales. Para el año 2007 todos los científicos consultados daban el mismo titular: "los ecosistemas costeros gallegos no presentan secuelas graves del vertido".¿Qué había pasado? ¿Dónde había quedado la peor catástrofe ecológica de nuestra historia? ¿Cómo era posible que en 2006, cuatro años después del acontecimiento, el subdirector del Instituto Oceanográfico de Vigo asegurara que la costa gallega estaba recuperada entre el 90 y el 95 por 100?

Sencillamente, como suele ocurrir en muchas ocasiones, no se hizo caso a los científicos. Nosotros, aquí, sí lo hicimos y merecimos entonces una buena ración de insultos desde las mismas filas ecoalarmistas que hoy volverán a las andadas.

La rápida acción de las tareas de limpieza, apoyada por una inolvidable marea de apoyo ciudadano, las peculiaridades de temperatura de la costa gallega (que no presenta aguas tan frías como, por ejemplo, la de Alaska y que por ello puede esperar mejores tasas de dispersión de los contaminantes), la decisión de alejar el barco de las zonas más sensibles (la costa, donde viven las especies más valiosas económica y socialmente y que no pueden escapar como los mejillones, los berberechos, las almejas, los peces planos) y la incombustible perseverancia de la naturaleza demostrada en todo tipo de desastres previos hicieron el esperado trabajo de remediación.

Por fortuna, la catástrofe no lo fue y hoy las costas gallegas lucen esplendorosas como gran homenaje a la biodiversidad y como hito que ha de servirnos para aprender algunas cosas: que accidentes como aquél no deberían volver a ocurrir, que la vida en los mares es un bien demasiado valioso como para volver a ponerlo en riesgo y que hay quien sigue jugando demasiado frívolamente con la palabra catástrofe.

Si la utilizamos para todo, estaremos desviando el foco y los recursos para la atención de las verdaderas catástrofes cotidianas que sí lo son. Por supuesto, el alarmismo ecologista seguirá instalando sus mensajes en los medios de comunicación. Solo ustedes pueden decidir cuándo se lo creen.

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