En un desierto parque público de Columbus, Ohio, un hombre responde a la propuesta de una mujer en topless. Ella le pide que le "muestre lo suyo." Cuando lo hace, es detenido por agentes de la policía. Según la ley de Columbus, el topless femenino está bien; mostrar los genitales no. ¿Por qué los polis se escondieron en la oscuridad para detener a un hombre al que nadie salvo ellos podía ver?
En una edición reciente del programa 20/20, el Dr. Marty Klein señaló que la policía no estaba protegiendo a niños: "No había ningún niño a la vista por ninguna parte. De hecho, tampoco había adultos." Klein afirma que esto es parte de "la guerra de América contra el sexo": "La sociedad norteamericana intenta restringir lo que pueden hacer los adultos, lo que pueden ver los adultos (...) más que ningún otro país industrializado."
Ken Giles estaba corriendo en un parque de Johnson City, Tennessee, cuando, según sus palabras, "la naturaleza me llamó". Se hizo a un lado del camino para ocuparse del asunto. A continuación, un agente de paisano "me puso la placa en la cara y me dijo que estaba detenido. Simplemente pensé que tenía problemas por orinar en público". Fue mucho más humillante que eso. El parque era el emplazamiento de una redada policial contra los homosexuales que utilizan las instalaciones para mantener relaciones sexuales. Pero la policía fue más allá de las detenciones. Antes de presentar cargos contra los hombres arrestados, publicó sus nombres, direcciones y fotografías. La esposa de Giles vio su foto en las noticias. A continuación su jefe la despidió. "Cuando perdí mi empleo (...) mi esposa estaba tan enfurecida que (...) sufrió un ataque cardíaco." Otro hombre mencionado por la policía se suicidó.
Peter Sprigg, de Family Research Council, afirma no sentir ninguna simpatía hacia los delincuentes sexuales: "No hay ninguna presunción de confidencialidad cuando eres detenido y acusado formalmente," me decía. Si ya resulta bastante impertinente que la policía detenga a alguien en un lugar público, es aún peor cuando los agentes fijan su atención en el ámbito privado, en lugares en los que la gente elige exponerse al sexo.
Chippendales, el grupo de bailarines burlescos masculinos, ha recorrido el país durante años. Su puesta en escena no es tan atrevida como se podría pensar. Los hombres bailan, muestran sus cuerpos y flirtean con algunas mujeres del público. No hay ningún desnudo. Los Chippendales no tuvieron nunca ningún problema con las autoridades... hasta que llegaron a Lubbock, Texas. 10 minutos antes de su función, la policía advertía a los bailarines de que "Ni siquiera simuléis un acto sexual". Los bailarines escenificaron su función usual y a continuación se aventuraron entre la audiencia. En ese momento la policía clausuró la función y encerró a los miembros del grupo. El público estaba furioso. "¡El ayuntamiento apesta!", gritaba la audiencia. Davil Miller, alcalde de Lubbock me decía que "en opinión de nuestros agentes de policía esa noche, el espectáculo violó por lo menos un artículo de la ordenanza [municipal]". ¿De quién estaba protegiendo la policía a estos adultos que estaban allí porque lo habían decidido de forma voluntaria? "De esas cosas que podrían llegar a pasar en su vecindario".
En cuestión de una semana de la detención de los Chippendales, en Lubbock se produjeron tres asesinatos. ¿No serían esos agentes más útiles en otra parte? Algunos estados tienen leyes que invaden los dormitorios. En Alabama, los miembros del Legislativo prohibieron la venta de accesorios eróticos. El asunto enfadó a Dave Smith, cuya esposa es propietaria de Pleasures [placeres] su primera parada en la ruta del romance. "En el estado de Alabama puedo comprar un arma. Puedo llevarla en el bolsillo (...) ¡Pero si compro este [juguete sexual], alguien puede acabar detenido!", decía Smith.
La Unión Americana por las Libertades Civiles (ACLU) tomó parte en la denuncia contra la ley, pero un tribunal de apelaciones dictaminó que los políticos persiguen un "interés legislativo legítimo a la hora de desalentar los intereses lascivos en las relaciones sexuales autónomas". En otras palabras, la masturbación, pues esta práctica podrían ir "en detrimento de la salud y la moralidad del Estado". Extrañamente, Pleasures aún sigue abierta porque la ley hace una excepción si el accesorio sexual se vende con fines médicos. Para adquirir un vibrador, los clientes sólo necesitan responder positivamente a un cuestionario que pregunta cosas como esta: "¿Ha experimentado dificultades en alcanzar el orgasmo?".
Pregunté a Sprigg, delFamily Research Council, a quién protege el Gobierno cuando cierra sex shops: "En realidad, el Estado está protegiendo a la gente que frecuenta estas tiendas porque no creo que consumir pornografía y accesorios sexuales sea algo que le beneficie". No me tome el pelo.