A las ocho de la mañana del 9 de noviembre de 2008, la ministra de Defensa, Carmen Chacón, rindió homenaje en la base afgana de Herat al cabo primero Rubén Alonso Ríos y al brigada Juan Andrés Suárez, fallecidos en un atentado suicida. Chacón también tuvo palabras muy emotivas para la Alianza de Civilizaciones (AC, por sus siglas en español), de la que se despidió para siempre con un mensaje que habría firmado el mismísimo Bush: "Estamos en Afganistán porque quienes han arrancado la vida de nuestros compañeros no sólo amenazan al pueblo afgano, amenazan la libertad y amenazan la seguridad de todos, también de nuestras familias, también de las familias españolas".
Hace algo más de un mes, en esta misma columna, se pronosticó que, en caso de triunfo demócrata, el discurso socialista podría al fin presentar el conflicto de Afganistán como lo que es: una guerra que, en opinión del general Dan McNeill, precisará de 400.000 hombres para pacificar el país. De hecho, Chacón ya clama por que el Congreso autorice un aumento del número máximo de tropas españolas en el extranjero, con el fin de combatir a los temibles piratas somalíes y sus armas de destrucción masiva. Incluso han sacado a desfilar a Moratinos para que asegure que España no aportará más tropas a la guerra de Afganistán y distraiga unos días a las turbas del no a la guerra, a las que se les irá entregando el culebrón del pacifismo bélico con dosis controladas. Pero el certificado de defunción de la AC, por si algún día lo solicita Garzón, es público: luchamos en Afganistán por nuestras familias. A eso lo habría llamado hace un año discurso neocon el amigo Pepinho.
A pesar de que el conferenciante Aznar también se haya unido a los funerales de la AC y no haya tenido problemas enabogar por una "Alianza de los Civilizados" porque "la civilización es una", es Rodríguez quien lo ha certificado con su visita a Washington. Allí, tras entregarle solemnemente a Sarkozy los restos de la colonia a cambio de un taburete, ha dejado claro ante sus amos que España ya está de vuelta en las Azores, aunque de la mano de su metrópolis. Se cierra, así, un proceso que se inició hace cuatro años y ocho meses. Malos tiempos, sin duda, para los nacionalismos vasco y catalán y todavía peores para los consorcios que soñaban con construir centrales nucleares en España.
Muerta la grotesca AC y con una renovada "alianza de civilizados" en el dedo obamita, con la siempre nefasta Francia tratando de coliderar lo que de ninguna manera le corresponde, la pregunta que surge ahora es: ¿están seguras las cabezas nucleares de Pakistán? La respuesta la conoceremos, lamentablemente, en el número de ataúdes que nos van a ir llegando.