Mariano
Ex profeso
Muy señor mío
Le remito la presente para hacerle llegar el resumen de prensa semanal que usted no me pidió. Confío en que el dossier (no se asuste, que no es negatiffo) despierte en usted mayor entusiasmo que el que provocaron en el Capitán Aznaraña, otrora su designador y ahora convertido al marxismo de Harpo, dos cartas sobre el 11M publicadas en esta misma columna.
La semana nos ha traído análisis de actualidad y noticias frescas, pero, como su sueño es oro, evito más preámbulos. Me permito empezar el dossier con el penúltimo párrafo de la Desobediencia civil, de un tal Henry D. Thoreau:
Nuestros legisladores todavía no se han enterado del valor comparativo del libre comercio y de la libertad, la unión y la rectitud para una nación. No tienen genio ni talento para cuestiones comparativamente humildes de cargas fiscales y finanzas, comercio, manufacturas y agricultura. Si nos quedásemos sin más guía que la inteligencia verborreica de los legisladores del Congreso, sin que la corrigiese la oportuna experiencia y las eficaces quejas del pueblo, Norteamérica no conservaría por mucho tiempo su grado entre las naciones.
Y otro párrafo, aunque más al principio, también del tal Thoreau, que venía en plan coñazo, que diría usted:
Un grupo muy reducido –como los héroes, los patriotas, los mártires, los reformadores en sentido superior y los hombres– sirve al Estado también con la conciencia, y por eso necesariamente le presentan resistencia en su mayor parte y suelen ser tratados como enemigos por él.
Luego hay una reflexión muy interesante sobre las opiniones peligrosas, de un tal Asís Tímermans:
Qué atrevimiento, pensar que la libertad es lo importante. No la de los financieros, los banqueros, los políticos. La de usted y la mía. La de saber que la opinión de otros no se convierta en nuestra obligación, que nadie es dueño de nuestra vida y patrimonio. Ahora más que nunca, cuando todos discuten de dinero, la verdadera cuestión es la libertad.
Ésta le hará menos gracia, pero no he podido evitarla. Es de Pablo Molina, en Libertad Digital (le he pasado el antivirus, estése tranquilo):
Bien, ellos acaban de votar a favor de un estatuto de autonomía que:
A.- Es abiertamente inconstitucional, puesto que la CE establece que "La legislación, ordenación y concesión de recursos y aprovechamientos hidráulicos cuando las aguas discurran por más de una Comunidad Autónoma", es una competencia exclusiva del Gobierno de España.
B.- Contradice flagrantemente lo que el PP hizo figurar en el programa electoral, sometido al criterio de los electores y que funciona a modo de contrato con sus votantes, también los murcianos y valencianos, a saber: "En materia de Agua, se propone recuperar la planificación hidrológica y el carácter nacional del recurso, rompiendo la actual tendencia a su territorialización y resolver los déficit hídricos en España, que tienen unas grandes repercusiones económicas, ambientales y sociales".
Y, para terminar, otro retal de rabiosa actualidad, en esta ocasión de un tal Hans Magnus Enszensberger. El último canto de El Hundimiento del Titanic; fíjese qué cosas se publican en la prensa española, con la que está cayendo en el mundo:
Pero a dónde fueron los dinosaurios? Y de dónde provienen
aquellas miles y decenas de miles de maletas empapadas,
flotando a la deriva, sobre las aguas?
Nado y gimo.
Todo, como de costumbre, gimo, todo bajo control,
Todo sigue su curso, todos, sin duda, se habrán ahogado
en la lluvia sesgada, es una pena, ¿y qué? ¿Por qué gemir?
Lo raro, lo difícil de explicar es: ¿Por qué sollozo y sigo nadando?
(Nota para el/la secretario/a o becario/a que se encargue de imprimirle el dossier a don Mariano: la versión española del último canto de El Hundimiento del Titanic incluía seis versos finales, que me he permitido censurar por respeto. Si usted cree que el rey desnudo no se va a enfadar, puede reponerlos o enviárselos a los informativos de La Sexta):
Gimo, todo bajo control.Se hace el silencio.
Los barones nos robaron los botes y huyeron,
Ahora se dividen los botes en baronías.
Me congelo, no siento las piernas.
El viento polar me trae sus gritos baroniles:
¡Mariano el último!