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Joan Valls

España frente a su madre

Al PP sólo le queda tratar al electorado de izquierdas como a un adulto o bien ponerse la chupa de cuero con todas las consecuencias. En cualquier caso, que no vuelva a sobornar al gorila para entrar en la discoteca con esas pintas.

Media hora de lluvia basta para aburrir incluso a Mayor Oreja. La lluvia, como la indignación, acaba cansando por egocéntrica y previsible. Sucede como con los efectos que provoca la comunicación del Partido Popular en quienes tratan de entender a España. Indignación primero; cansancio asumido después. Pero, ¿y si en vez de cabrearnos tratamos de entender las causas? ¿Por qué el liberal conservadurismo no catalán o vasco lleva más de un siglo de incompetencia en el ámbito de la comunicación?

Para acercarnos al misterio de la incompetencia del Partido Popular, deberíamos analizar el concepto de presunción de relevancia. En publicidad, esto es, en comunicación, la presunción de relevancia consiste en que la audiencia no considera como absurdos mensajes que lo son manifiestamente, precisamente por la presunción de relevancia que el espectador regala a dichos mensajes al asumir que se encuentra en un contexto publicitario. Así, por ejemplo, el espectador compra que, a partir de un determinado perfume, logrará el éxito social y la felicidad, por muy disparatado que parezca en un contexto distinto. Pero en un país como España, donde la propaganda política ha logrado invadir muchos ámbitos y confundir lo público con lo privado, el resultado es letal, sobre todo para los populares. Cuando Rodríguez asegura el pleno empleo en marzo de 2008, la audiencia le compra el producto precisamente por esa presunción de relevancia. Es un mensaje dirigido a un público objetivo perfectamente delimitado, porque la izquierda, consciente de su superioridad numérica, nunca busca robar votos en el granero popular, sino movilizar los suyos. La base del éxito del populismo chavista, chavizta o rodriguil no está en la desesperación del cliente, sino en la presunción de relevancia de sus mensajes.

España, como cualquier país occidental, funciona a partir de dualidades, de visiones binarias. El fet diferencial español, por utilizar un concepto pujolista, exagera el binomio y lo lleva al punto de la polarización constante, requisito imprescindible para una sociedad de compartimentos estancos, en feliz expresión orteguiana. Estancada la ciudadanía, ya sólo es necesaria idiotizarla mediante un sistema de recompensas inmediatas que acaban convirtiendo al adulto en adolescente y al adolescente en un niño. La izquierda lo sabe y la derecha sabe que la izquierda lo sabe. Este punto es crucial, porque en él se decide la estrategia. La derecha opta por buscar peces al otro lado del río Pecos, pero lo hace de forma equivocada. Diagnostica el público objetivo, lo identifica como adolescente y asume, a continuación, un rol de madre erróneo.

Pongámonos ahora freudianos. La madre es el espejo en el que el hijo se mira y en el que empieza a verse como un ser autónomo. Aquí, dos madres compiten por su voto: la madre con chupa de cuero y maquillaje de quinceañera y la madre con pieles abochornada ella misma de entrar en la discoteca y decir cosas como "lo flipo". A la primera se le va a permitir casi todo; por la segunda, el niñato va a sentir una mezcla de vergüenza y desprecio. La derecha lleva un siglo tratando de mimetizarse con una ciudadanía adolescente, pero le falla el contexto que intenta crear. En esos términos no funciona la presunción de relevancia. Y no olvidemos que, además, la derecha no llega al poder a través de un discurso propio, sino sobre todo porque lo pierde o cede la izquierda (victoria pírrica de Aznar sobre González; victoria de Aznar sobre Almunia, el perdedor de primarias en el PSOE).

¿Qué hacer entonces con la comunicación del PP? Primero, por supuesto, despedir a sus responsables. Recordemos, a modo de uno de tantos ejemplos disponibles, la calamitosa campaña popular de las Generales de 2008:

PSOE: Motivos para creer (es decir, Por el pleno empleo).
PP: Con cabeza y corazón (esto es, La niña de Rajoy).

Al PP sólo le queda tratar al electorado de izquierdas como a un adulto o bien ponerse la chupa de cuero con todas las consecuencias. En cualquier caso, que no vuelva a sobornar al gorila para entrar en la discoteca con esas pintas. O una cosa o la otra. Si quiere cruzar el Pecos para atraer a niñatos en edad de prejubilación, deberá colarse en el mundo de fantasía tejido por la izquierda, envolverlos en la presunción de la relevancia y ser coherente con la estrategia adoptada; en ese caso, ya pueden ir desorayizándose. Lo cierto es que, a día de hoy, los adolescentes con canas siguen sin creerse al PP. La otra opción es adoptar el papel de madre dispuesta a ver y tratar a los adolescentes como adultos, pero sin olvidarse jamás de la presunción de relevancia y del poder que eso implica. Si opta por esto último; si trata a los ciudadanos como sujetos con derechos y con deberes desde la coherencia discursiva, habrá dado el primer paso para rescatar a este jodido país de su ruina. Puede que tarde más de lo que cree poder permitirse, pero a cambio tendrá asegurada la inmunidad electoral ante un escenario parecido al del 11M.

Adenda:

Dualidad para micrófonos presuntamente abiertos:
A: - ¿Qué pinta tienen los sondeos que tenéis?
     -Bien, sin problemas, lo que pasa es que nos conviene que haya tensión.

B: Mañana tengo el coñazo del desfile... en fin, un plan apasionante.

Y, como es columna de fin de semana, una lectura interesante, cortesía de Hughes, que como los buenos vinos gana con el tiempo.

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