En plena resaca de triunfo socialista, la Universidad de Cádiz publicó, allá por el mes de mayo de 2008, un estudio en el que se concluía que el 94,2 por ciento de los universitarios andaluces quiere ser funcionario o trabajador asalariado. Es cierto que todos los encuestados nacieron probablemente en el mismo año en el que Manuel Chaves ganó sus primeras autonómicas, pero, cuando el 94 por ciento de los universitarios ni tan siquiera piensa o desea crear una empresa, significa que el socialismo ha cumplido sus objetivos con creces. El resto de los universitarios españoles también se caracteriza por su deseo de trabajar para Papá Estado, aunque las cifras no son tan esperpénticas como en Andalucía.
¿Quién es el responsable de esta actitud ante la vida? Para empezar, los universitarios mismos. Verdaderos privilegiados en un mundo en el que el acceso a la educación sigue siendo un lujo, parecen incapaces de valorar el potencial de la misma para el bien común. En países como Estados Unidos, la educación superior supone una costosísima inversión para el alumno, pero se suele rentabilizar en forma de iniciativa empresarial y con el acceso a empleos bien remunerados en el sector privado, que son los que, al fin y al cabo, generan riqueza y prosperidad para el resto de la sociedad. En España, es cierto que la universidad está diseñada, ahora más que nunca, para retrasar todo lo posible la incorporación del estudiante al nanomercado laboral, pero la responsabilidad individual será, hoy y siempre, un factor innegable en el éxito o el fracaso.
Durante un tiempo, intenté aplicar el dilema del prisionero a ciertos problemas de la sociedad española, concretamente los de la juventud. Como no fui capaz de lograr resultados satisfactorios, centré mi atención en algo que siempre me ha llamado la atención: las estrategias en el diseño de quinielas y sus posibles aplicaciones al análisis del comportamiento humano. Lo que me he decidido a bautizar como el Dilema de las Reducciones plantea lo siguiente de forma muy resumida: con la misma inversión, un quinielista juega al método directo con el objetivo de lograr 14 aciertos, mientras que otro, mediante el método reducido, se centra en los 13 o incluso en los 12 u 11. En el caso de nuestros universitarios, parece que la aspiración es lograr esos 13 o 12 aciertos. Visto de forma individual, la opción puede ser viable: personas sin más aspiraciones en el ámbito laboral que lograr unos ingresos fijos y desarrollar una tarea rutinaria de por vida apuestan por las oposiciones y no arriesgan tiempo y capital en iniciativas empresariales. Pero cuando es el conjunto de la sociedad el que aspira a lo mismo, el resultado, como ya lo estamos viendo, es catastrófico. Cuando una sociedad juega por el método reducido a lograr 13 o 12 aciertos, sobre todo entre quienes se supone que, por edad, deberían ser los más emprendedores, el futuro es inviable. La falta de riesgos e iniciativas lleva directamente al empobrecimiento y a la mediocridad que encarna Rodríguez y con el que tantos españoles pueden identificarse.
Los jóvenes españoles, por supuesto, no son los únicos responsables de esta situación calamitosa, pero deberían empezar a asumir que nadie les va a sacar las castañas del fuego y que sin riesgo y lucha no habrá resultados. De hecho, las generaciones anteriores les han legado una deuda descomunal escondida en el confort de una habitación con cama y sábanas limpias, tres comidas al día y una paga para que se emborrachen sin molestar demasiado. Claro que esta actitud reducida ya la vimos cuando Aznar intentó sacar a España del estercolero franco-alemán y las masas gritaban el famoso ¡no a los 14 aciertos! al son de las cacerolas.
Así que, cuando el próximo domingo por la mañana, regresen de la fiesta, nuestros presuntos universitarios volverán a tener que rellenar la factura en forma de quiniela que los padres les habrán dejado preparada junto al desayuno. ¿O es que acaso pensaban que hay algo gratis en esta vida? Quizá esta vez jueguen al sistema de reducciones con 11 aciertos como meta, que estos nacieron en los noventa, tú.