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José Luis Rodríguez Zapatero estaba a punto de visitar la Casa Blanca, una meta que había perseguido desde que alcanzó la presidencia de España hace cuatro años. En su opinión, el encuentro con Bush, con independencia de lo frío y discreto que fuera, iba a cimentar su status de líder mundial.
Cuando hablaba con él sobre la crisis económica, las tensiones estadounidenses con Venezuela y la guerra de Afganistán, el presidente español se mostraba confiado. Todo parecía indicar que a partir de ahora iba a acudir al 1.600 de la avenida de Pensilvania con más frecuencia que antes para visitar al sucesor de Bush y a su amigo convertido casi en hermano, Barack Obama.
Los dos tienen mucho en común: el presidente electo había repasado con perspicacia cada parecido con Zapatero en una cálida llamada telefónica a Zapatero hace seis días. Si Obama necesita un europeo como apoyo, al estilo de Tony Blair con Bill Clinton y George W. Bush, Zapatero podría ser el adecuado.
Ambos nacieron el 4 de agosto, con un año de diferencia (Zapatero tiene 48 años, Obama tiene 47). Son altos, delgados y esbeltos y a los dos les apasiona el baloncesto. Los dos tienen dos hijas y ambos ha asumido el poder apelando a una nueva generación y a un cambio imprescindible tras ocho años de Gobierno conservador.
Pero conforme seguía hablando con el ágil y elegante español, quedaba cada vez más claro que algunos rasgos de su personalidad y de los intereses nacionales españoles, van a limitar el restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y España, al que ambos líderes aspiran.
Al fin y al cabo, Zapatero es un socialista convencido cuya victoria electoral de 2004 sobre los conservadores españoles fue mayoritaria (y erróneamente) atribuida en el extranjero a un golpe de suerte. Bajo ningún concepto repetiría en 2008, se decía... hasta que lo hizo en marzo.
Sin miedo a la derrota, Zapatero puede parecer impetuoso y provocador, mientras que Obama trabaja con cautela y tranquilidad. Las ideas más notables de Zapatero se refieren al cambio social –sacar a España de su pasado patriarcal dominado por la Iglesia– en lugar de acomodarse al bipartidismo.
Los temas más relevantes del segundo mandato de Zapatero van a ser la legalización del suicidio asistido, la reforma de las leyes del aborto y el avance en la separación entre la Iglesia y el Estado. Está orgulloso de haber aprobado leyes que permiten el divorcio rápido o los matrimonios homosexuales (algo que hizo de España, según sus palabras, "un país mucho más decente").
Nada de esto tiene demasiado que ver con el enfoque de Obama (ni de los colegas europeos de Zapatero) sobre el matrimonio homosexual. De hecho, se acerca más al estilo de Pedro Almodóvar, el director subversivo que de manera brillante ridiculiza en sus películas los atrasos en materia religiosa, sexual y de género de España. Cuando le pregunté a Zapatero si aspiraba a ser el Almodóvar de la política española, él sonrió de oreja a oreja, asintió de forma decidida y elogió a "ese gran director".
España "tiene una voluntad firme de modernizarse", me decía Zapatero. "Hemos cumplido nuestras promesas de cambio. No siempre es fácil, pero hay que hacerlo". Más tarde, regresó a ese tema cuando le pregunté por Obama y la presencia estadounidense en Irak. "El Gobierno es poderoso. Los políticos pueden y deben cumplir sus promesas. Ésa fue una guerra que no debió haber comenzado nunca".
Fue a propósito de Irak cuando Zapatero quemó –mejor dicho, destrozó– sus naves con Bush al retirar inmediatamente las tropas españolas sin consultar con Estados Unidos tras su victoria en 2004.
Zapatero abandonó en seguida su hotel rumbo a una cena en la Casa Blanca que iba a inaugurar la cumbre económica del G-20, un acontecimiento que el presidente francés Nicolás Sarkozy (el mismo que más tarde extendería la invitación a Zapatero) le vendió a Bush. Pero Obama y el futuro estaban en la mente del español, casi olvidando la reciente edad de hielo en las relaciones España-Estados Unidos.
La victoria de Obama "significa que en países en los que antes se quemaba la bandera estadounidense, ahora se enarbola", decía Zapatero. "Ésta es una oportunidad histórica para que Estados Unidos sea mejor comprendido" en el extranjero. España podría ser particularmente útil en Latinoamérica. En Venezuela y Cuba, España quiere trabajar con Europa y Estados Unidos "para reforzar las instituciones democráticas."
España (la octava economía del mundo por tamaño) está lastrada por una elevada tasa de paro y por un exceso de inmuebles. Pero Zapatero remarcaba con orgullo la fortaleza del sistema bancario español, "que no se dejó seducir por la liberalización, ni por el modelo ideológico" de la libre empresa. "Tal ideología no acepta los hechos y no entiende que la historia es contingente".
Sobre Afganistán, donde España tiene destacados 800 soldados decía: "Los europeos necesitan escuchar a Obama y Obama necesita escuchar a Europa. Hemos venido incrementando la cifra de efectivos, no masivamente, pero la lucha por la seguridad se está deteriorando. Hemos de tener una estrategia global" para lograr el cambio político, social y en seguridad a la vez.
Y después de esto, Zapatero salía con destino a la Casa Blanca para estrecharle la mano a Bush, un momento surrealista que inmortalizaría Pedro Almodóvar mejor que nadie.