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Jesús Laínz

¡Tápenme esas tetas!

Lo importante del caso es que no se comprende bien que el respeto a otras culturas implique la negación de la propia.

Cuando en 1969 se instalaron dos estatuas en la entrada de la sede de la Caja de Ahorros de Santander, algunos santanderinos, se conoce que influyentes, lograron montar un pequeño escándalo debido a que las estatuas encarnaban el ahorro y la beneficencia en las figuras de un hombre y una mujer desnudos. Estuvieron tapadas un par de semanas porque dichos vecinos protestaron ante la posibilidad de que sus curvas, al parecer demasiado realistas, alteraran el pulso de los adolescentes. Finalmente, la rechifla general, tanto local como nacional, logró que emergieran de sus envolturas.

Anécdotas de un tiempo pasado. Aunque quizá no tanto para algunos, como ese Opus Dei en el que, al menos hace algunos años, sus miembros –nunca mejor dicho– tenían prohibido utilizar los ascensores en compañía femenina para evitar tentaciones de violación. En cuanto a sus miembras, debían comer los plátanos con cuchillo y tenedor, porque hacerlo pelados y con la mano... pues eso.

Pero, una vez caducado el cristianismo, resulta que ahora regresa la sexofobia de la mano de la corrección política. Pues el gobierno italiano ha tapado varias estatuas clásicas de los Museos Capitolinos para no molestar al presidente iraní Hasán Ruhaní y su séquito durante su visita a la Ciudad Eterna. También se eliminó el vino durante la cena de gala. Todo para respetar la cultura del invitado.

Lo primero que llama la atención es el exceso de celo. Pues no parece probable que los gobernantes iraníes fueran a ponerse cachondos al pasar frente a los mármoles clásicos. Además, con no mirar, asunto resuelto. En cuanto al problema del bebercio, se soluciona pidiéndole agua al camarero.

Un par de días después la prensa recogía el estallido en Dinamarca de la guerra de las albóndigas. Pues en aquel país con seis millones de habitantes humanos y veintiocho de porcinos el multiculturalismo ha puesto en la cuerda floja uno de sus platos nacionales, las frikadeller, albóndigas de ternera y cerdo, suprimidas de los menús de las instituciones públicas para no atentar contra las creencias de los musulmanes.

Lo importante del caso, sin embargo, es que no se comprende bien que el respeto a otras culturas implique la negación de la propia. Por otro lado, como dice el sabio refrán español, "donde estuvieres, haz lo que vieres", o, como dicen los ingleses, "when in Rome, do like the Romans do", lo cual, por cierto, viene muy al caso. Y no hacerlo es de muy mala educación, no importa la excusa religiosa o cultural que se quiera alegar.

También está la reciprocidad, pues resulta difícil imaginar que en una visita de gobernantes italianos a Irán los anfitriones fueran a organizar una cena a base de vino y prosciutto y en la que las mujeres pudieran participar con el cabello al aire. Además, como saben quienes han visitado aquellos países, son los europeos los que tienen que amoldarse a las costumbres locales para no enfrentarse a molestos problemas. Cuando los europeos van a países musulmanes, han de adoptar las costumbres musulmanas. Y cuando los musulmanes vienen a países europeos, de nuevo los europeos han de adoptar las costumbres musulmanas. Curiosa manera de razonar cuyo perverso efecto es trasladar la idea de que, mientras que la cultura musulmana es digna de respeto, la europea no.

Mas la cosa tiene enjundia para rato. Pues aunque, evidentemente, muchos musulmanes son fieles cumplidores de las normas coránicas, a otros muchos sólo les interesa salvar las apariencias. Porque la prohibición del alcohol en países como Kuwait o el propio Irán ha provocado que muchos instalen alquitaras en sus casas. Emiratos Árabes Unidos es el séptimo país del mundo en consumo de whisky y el undécimo de champán. En países como Bahréin y Qatar el alcohol está autorizado sólo en los bares, y sólo hay bares en los hoteles, y sólo pueden entrar en esos establecimientos los que presenten pasaporte extranjero. Por lo que se refiere a Arabia Saudí, algunos de los dueños de los petrodólares alquilan plantas enteras de los hoteles de lujo de Bahréin y Dubái para agarrarse unas curdas monumentales en compañía de prostitutas de lujo recién traídas de Rusia en vuelos chárter. Por otro lado, dado que las mujeres saudíes no pueden conducir, muchas de ellas se mueven por ahí con chóferes, gremio responsable de la proliferación de enfermedades venéreas entre los adinerados de aquel país.

En fin, que las cosas de Mahoma se quedan para el pueblo. El inalcanzable Gibbon resumió el fenómeno religioso en la Roma antigua con esta breve sentencia (frecuentemente atribuida por error a Séneca): "Los diversos modos de religión eran considerados igualmente ciertos por el pueblo, igualmente falsos por los filósofos e igualmente útiles por los gobernantes". Si hay algún lugar del mundo donde esto encaja como un guante, son sin duda algunos países musulmanes.

Pero, regresando a Europa, redondeemos el vómito. Porque, más que la renuncia a sí mismos, lo que aquí ha contado es el vil metal. Pues el viaje de Ruhaní y su cohorte a Italia ha tenido por objetivo la firma de suculentísimos contratos comerciales e industriales. En España ha pasado lo mismo: no hace mucho que el Real Madrid, ese buque insignia del patriotismo de pacotilla, borró la cruz de su escudo para poder ingresar dinerito musulmán.

Pues cuando tintinean las monedas, los europeos de hoy les ponen braga y sostén a las estatuas, rompen las botellas, derriban las cruces y hasta se ponen a cuatro patas.

Aunque los gobernantes de casi todos los países europeos sean incapaces de comprenderlo, todo esto tendrá consecuencias. Llegarán antes o después, pero acabarán llegando. Y con contundencia. Decíase del Miramamolín que había jurado sobre el Corán que su caballo abrevaría en las aguas del Tíber. Aunque él no lo consiguió en el siglo XIII por haber tropezado en las Navas de Tolosa, quizá su juramento acabe haciéndose realidad en el XXI por gustosa –y bien remunerada– rendición del enemigo.

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