En los últimos dos o tres años han pasado tantas cosas, se han pronunciado tantas palabras huecas, se han escrito tantas páginas, se han escenificado tantos aspavientos, que casi se nos ha olvidado que esa opción política que hoy conocemos como Podemos empezó a fraguarse en aquella algarada a la que se llamó 15-M.
Bastó echar un vistazo a los carteles pretendidamente ocurrentes para darse cuenta de que la característica esencial de aquella movida fue su puerilidad. "Si viene la policía, sacad las uvas y disimulad"; "Disculpen las molestias, pero esto es una revolución"; "Sueña lo que quieras soñar, ve donde quieras ir, sé lo que quieras ser", “Nuestros sueños no caben en vuestras urnas” y otras mil pamplinas plagiadas con medio siglo de retraso a aquellos pijos sesenteros cuyos furores revolucionarios se apagaron al echar el primer polvo y ganar el primer sueldo.
Pero aunque fuesen tonterías a las que cualquier persona sensata nunca prestaría atención, no por ello dejaron de inspirar el movimiento de las masas, esas entidades colectivas muy raramente capaces de prestar atención a la voz del sentido común por confundirla con la del aburrimiento.
Además, como se trata de un movimiento protagonizado por personas mayoritariamente jóvenes, muchos ingenuos entraditos en años les miran con buenos ojos por ese extraño fenómeno, tan definitorio de nuestra pueril época, consistente en la adoración a los jóvenes por el mero hecho de su juventud, como si ésta fuese una virtud por sí sola. El eterno adanismo de la izquierda, inagotable fuente de error y horror.
No merece la pena esforzarse en recordar quién parió aquello de que quien de joven no es de izquierdas es porque no tiene corazón y quien al madurar no es de derechas es porque no tiene cabeza. Este juntaletras sin corazón confiesa morirse de risa cada vez que oye dicha sentencia, aunque admite que probablemente sea cierto que la mayoría de los jóvenes tienden a escorar a babor y que muchos de ellos evolucionan con los años hacia otras posturas. El problema de todo ello es que la mayor parte de esas personas todo corazón, tras su alegre revolucionarismo juvenil, se vuelven razonables cuando ya han dejado mucho mal tras de sí.
Por otro lado, el indudable éxito de Podemos y similares descansa en no pocas confusiones e incoherencias. Para empezar, se creen el arquetipo de la independencia, la espontaneidad, la libertad y la rebeldía cuando, para organizar el guateque, tuvieron que esperar al toque de silbato de naderías ideológicas como el panfletillo de Stéphane Hessel, aquel creador privilegiado del mundo moderno, sostenedor de toda corrección política e ideólogo de la ONU que, tras décadas pegando fuego, se le ocurrió en su ancianidad reivindicarse como bombero. Y, efectivamente, todas las propuestas de sus discípulos españoles obedecen escrupulosamente los mandamientos de la Santa Madre Iglesia de la Corrección Política aunque sus autores se crean el colmo de la transgresión.
Con retórica de otros siglos señalan con el dedo al capitalismo como fuente de todo mal. Por eso miran con ojos amorosos a dictaduras marxisto-bananeras que, a cambio, les subvencionan con generosidad. Y alzan en pancartas el "¡Viva el mal, viva el capital!", lema de su verdadera inspiradora intelectual: la bruja Avería.
Otra de las columnas de su pensamiento es considerarse titulares de todos los derechos, carentes de cualquier obligación e inocentes de todas las culpas. Si muchos jóvenes no tienen trabajo, los culpables son el sistema, el gobierno, los mercados, la sociedad burguesa y el mundo entero. Reclaman todo tipo de derechos laborales y exigen a los pérfidos empresarios que les faciliten el medio de vida que ellos son incapaces de construir. Y a falta de empresarios, proclaman el derecho universal a ser amamantados in aeternum por el Estado Mamá.
Están convencidos de que su generación es la más desdichada y la más digna de protección porque ni saben ni les importa que otras, sin ir más lejos la del baby boom de los 60, tuvieron que buscarse la vida a pesar de cifras de paro igualmente enormes y de graves crisis económicas y políticas; por no hablar de las anteriores, que consiguieron salir adelante a pesar de guerras, posguerras, hambres y emigraciones.
Y si esto sucede con las cosas laborales, lo mismo puede decirse de las educativas. Pues cuando el nefasto sistema igualitario instaurado por González, Maravall y Rubalcaba les permitió ir pasando curso tras curso sin aprender más que tonterías e incluso sin necesidad de aprobar, no se acordaron de exigir una educación de calidad. Pero ahora se quejan de que sus currículos no les sirven para nada ni en España ni en el extranjero.
Éste es, a grandes rasgos y filoseparatismo aparte, el potito ideológico del que se ha nutrido la fuerza ascendente de la izquierda española. Pero no se crea que todos sus votantes son conscientes de ello ni, mucho menos aún, que se trata de cinco millones de bolcheviques recién surgidos en España. La cosa es mucho más sencilla, o quizá mucho más complicada. Porque no sólo se ha votado a Podemos por ideología. También están los motivos personales, pintorescos, viscerales e incluso surrealistas. Por ejemplo, para protestar por la corrupción general; y para castigar la prepotencia; y para mover de la silla a tanto mediocre de escalafón; y para rejuvenecer los escaños; y para descargar resentimiento y frustración; y para variar; y para experimentar; y para seguir la moda; y para hacer la gracia; y también, fablando en román paladino, para joder. Porque a veces a las urnas las carga el diablo. ¿Recuerdan el lema de Herri Batasuna en las elecciones europeas de 1987, con el que recolectó muchos miles de votos izquierdistas por toda España?: "Lo que más les duele".
Pues bien, el testigo de HB lo ha recogido Podemos. Por eso, por cierto, hay tanto separatista entre sus filas.
Si éstos y sus propuestas son el germen de la España por venir, habrá que ir pensando seriamente en el exilio.