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Jesús Laínz

El PSOE, enemigo de España

La izquierda, partiendo de la condena de una historia de España considerada una perpetuidad reaccionaria, acabó compartiendo la hispanofobia de los separatismos.

La izquierda, partiendo de la condena de una historia de España considerada una perpetuidad reaccionaria, acabó compartiendo la hispanofobia de los separatismos.
Miquet Iceta | EFE

En resumen: España es un error. Ya lo explicó Azaña cuando escribió que era necesario

abstraer en la entidad de España sus facciones históricas para mirarla convencionalmente, como una asociación de hombres libres.

Todo el recorrido histórico de España no había valido para nada hasta que llegó la izquierda para arreglarlo. Los izquierdistas de hace un siglo compartían así el diagnóstico con unos regeneracionistas deseosos de encarrilar de nuevo una nación que parecía ir directa al abismo como acababa de demostrar el nefasto 1898. Pero, a diferencia de Costa, Unamuno u Ortega, muchos izquierdistas dieron el paso de renegar de una nación que les parecía incurablemente reaccionaria. Y así empezaron a compartir con los separatistas vascos y catalanes, también nacidos como reacción al fracaso económico, político y militar de España, unos enfoques –como la asunción del discurso negrolegendario– que acabarían haciéndoles converger en décadas posteriores.

Paralelamente a lo anterior, la izquierda catalana y, a continuación, la vasca comenzarían a acercarse al nacionalismo por entender que, del mismo modo que la sociedad se dividía entre clases oprimidas y opresoras, el mundo también se encontraba dividido entre naciones oprimidas y opresoras. De este modo, se consideró la liberación nacional de Cataluña y el País Vasco un elemento más de la lucha de clases, sobre todo tras el triunfo de unos bolcheviques que se habían presentado como los defensores de la liberación nacional de los pueblos conquistados por la Rusia zarista. Rafael Campalans, dirigente de la Unió Socialista de Catalunya, escindida del PSOE, lo resumió con estas palabras en 1923:

Los socialistas proclamamos los principios de libertad, y el nacionalismo catalán es un problema de libertad colectiva. Los socialistas de Cataluña, por lo tanto, junto a todos los principios sustantivos del programa del partido –lucha de clases, socialización de los medios de producción, distribución y cambio, etc.–, hemos de añadir un nuevo principio, también sustantivo para nosotros: el de la libertad total y absoluta de Cataluña.

La misma evolución doctrinal, aunque de forma más lenta y menos general, se produjo en la izquierda vasca. Uno de los primeros en experimentarla fue Tomás Meabe, nacionalista integrista de la primera hora y más tarde convertido al ateísmo y al socialismo, que sostuvo:

El Guernicaco Arbola y La Internacional son nuestros: son dos eslabones de una cadena. El uno canta el recuerdo del comunismo primitivo; La Internacional representa la pronta llegada del comunismo científico.

De este modo se cerraba el círculo: por un lado, la izquierda, partiendo de la condena de una historia de España considerada una perpetuidad reaccionaria, acabó compartiendo la hispanofobia de los separatismos, considerados, por contraste, progresistas; por otro, aplicando a lo nacional la doctrina de la lucha de clases, acabó compartiendo el objetivo separatista de liberar a una Cataluña supuestamente oprimida por el imperialismo español. Dos caminos paralelos y simultáneos que llevaron a buena parte de la izquierda al mismo punto de llegada: el rechazo a su propia nación.

La tendencia se intensificó durante los años republicanos, como recogió en sus memorias (1940) el dirigente socialista vasco Julián Zugazagoitia al señalar el curioso fenómeno que empezaba a manifestarse:

Los comunistas, siguiendo instrucciones de su comité central, acentuaron su nacionalismo euzkadiano, y algo parecido, aun cuando con mayor mesura y timidez, hicieron los socialistas. El proceso de este mimetismo colectivo necesitará ser estudiado con detalle.

Evidentemente, el mimetismo colectivo se consolidó en las trincheras compartidas de la Guerra Civil (con el permiso del Pacto de Santoña) y en el igualmente compartido exilio. Y así, restaurada la democracia, mientras los separatismos se han dedicado a construir totalitariamente, ante la parálisis de los sucesivos gobernantes monclovitas, las disparatadas conciencias nacionales vasca y catalana, la izquierda ha realizado el simultáneo trabajo de destrucción de la conciencia nacional española. Por lo menos desde 1939 la izquierda española, con el PSOE a la cabeza, se ha caracterizado, salvo contadas excepciones, por el rechazo a la nación española por considerarla reaccionaria y fascista. Y, por el contrario, ha dado su apoyo a los nacionalismos vasco y catalán, la mayor parte de cuyos postulados ha acabado haciendo suyos, por considerarlos fuerzas progresistas y compañeras de viaje.

En esto consiste la "coartada progresista para el nacionalismo" de la que el reputado izquierdista Fernando Savater acusa a la izquierda y que resume en el hecho de que

cualquier invocación al pluralismo, aunque sea por motivos caciquiles, es considerada progresista, mientras que recordar la unidad de España resulta fascismo de mal gusto. Éste es el gran fraude ideológico, educativo y político de nuestra democracia: y el origen de la principal amenaza que pesa actualmente sobre ella.

Podrían aportarse mil pruebas y ejemplos, pero baste el dado esta misma semana por Miquel Iceta:

Prefiero pactar con los independentistas antes que un gobierno de Rajoy.

Quizá el PSOE, perpetuamente en tensión por este esencial asunto, esté empezando a pagar las facturas de un siglo de rechazo a la nación que, paradójicamente, aspira a gobernar.

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