Esto de meter a los niños en medio de las disputas políticas es una de las más repulsivas malformaciones del sufragio universal. Pues cuando la soberanía residía en el soberano, ni a él ni a nadie le importaba lo que opinaba la gente, y mucho menos aún los niños. Pero desde que hace dos siglos y medio el mohoso Antiguo Régimen se desplomó bajo el peso de su propia ineficacia, la opinión de la mayoría pasó a ser el epicentro de cualquier sistema político. Y por eso todos los partidos, aunque algunos intenten disimularlo, acaban intentando sembrar votos futuros en el virgen terreno infantil.
Ya en aquellos fundacionales días, el jacobino Louis de Saint-Just planificó un modelo educativo –gracias a Dios inaplicado a causa de su temprana cita con mademoiselle Guillotine– en el que el papel de los padres habría de interrumpirse cuando el niño cumpliese cinco años. A partir de esa edad "los niños pertenecen a la República", tutor universal encargado de su formación. De hecho, el niño no debía regresar a la casa de sus padres hasta que cumpliera veintiún años. La militarización republicana implicaba tal grado de control por parte del Estado que todo joven estaba obligado a declarar quiénes eran sus amigos. Y si posteriormente quería romper una amistad, tenía que explicar los motivos ante el pueblo.
Sus discípulos soviéticos tomaron buena nota. Lenin manifestó: "Por mal que vaya todo, si me dejan a los niños en mis manos durante unos años, no habrá nada después que derribe el régimen soviético". Y su ministro Lunacharsky estableció:
Debemos convertir a los niños en una generación de comunistas. Los niños, como blanda cera, son muy maleables y es necesario modelarlos como buenos comunistas. Debemos rescatar a los niños de la dañina influencia de la familia. Debemos nacionalizarlos. Desde los primeros días de su corta vida, deben encontrarse bajo la benéfica influencia de la escuela comunista. Obligar a las madres a entregar su niño al Estado Soviético: ésa es nuestra tarea".
En la otra orilla del totalitarismo, Hitler declaró en 1933:
Cuando veo a esas gentes de derecha e izquierda encerradas en sí mismas pensando: a nosotros no nos conseguiréis nunca, pienso, me da igual, a vuestros hijos sí los tendremos. A ellos los educaremos desde el principio en el ideal.
Junto a los modélicos totalitarios comunistas y nacionalsocialistas, los separatistas vascos y catalanes también lo tuvieron muy claro desde el principio. Un ejemplo entre mil: el periódico ¡Nosaltres sols! explicó el 14 de noviembre de 1931 sus propuestas para conseguir el apoyo mayoritario de las nuevas generaciones:
La única solución sería la de instruirlos, algo casi imposible si pasan de la treintena: árbol que creció torcido, difícilmente se endereza. Pero si de las generaciones de ahora no podemos esperar gran cosa, ¿cabe pensar lo mismo de las que llegan y las que vienen? Los niños y los jóvenes son dúctiles como la cera, y adoptan la forma que se les quiera dar.
Algunos años antes Jesús de Sarría había dado a la imprenta su Ideología del nacionalismo vasco, estudio en el que subrayó la importancia de la escuela en la formación de la conciencia nacionalista:
Que ninguna energía se pierda. Que en adelante ningún joven deje de caer en sus garras –garras de amor–. Multiplicar los institutos técnicos, las escuelas especiales, las bolsas y pensiones, las organizaciones educativas y atrayentes de todas clases es la obra más viva, la más segura que puede hacer el nacionalismo para que la Patria utilice a todos sus hijos y desde la niñez los conquiste. Los adolescentes y los niños deben ser objeto preferente de nuestra atención. Debemos hacerlos nuestros, debemos captarles el corazón, la inteligencia y la energía para dárselos a la Patria. Tenemos que apresarles amándoles, protegiéndoles, abriéndoles un camino en la vida que les conserve dentro de la Patria. Que ninguno huya a servir a extraños. Todos son nuestros y los queremos todos (…) En adelante no podemos consentir que se robe a la Patria sus hijos. Nuestros niños son nuestros. Son de la Patria. Nuestro amor les conquistará a todos.
Pasaron los años, y con ellos la época clásica de los totalitarismos. Pero la voluntad manipuladora sigue muy viva en algunos proyectos políticos. La insistente reclamación de las competencias educativas –apuntalada, no se olvide, por los crímenes del Terrorismo Nacionalista Vasco– durante las negociaciones constitucionales y estatutarias no fue un capricho sin importancia. Según ha revelado José Bono en sus memorias, Jordi Pujol explicó al ministro socialista Francisco Fernández Ordóñez:
La independencia es cuestión de futuro, de la próxima generación, de nuestros hijos. Por eso, los de la actual generación tenemos que preparar el camino con tres asuntos básicos: el idioma, la bandera y la enseñanza.
Pero no son solamente los separatistas los ideológicamente incapacitados para comprender que la educación debería ser políticamente neutra y que cualquier otra opción es eso que se supone que todo el mundo rechaza: totalitarismo. Pues la izquierda, incluida ésa que se supone moderada, nunca ha abandonado sus pulsiones totalitarias, como demuestra, por ejemplo, su insistencia en introducir contenidos ideológicos en las asignaturas escolares y en fijar por decreto la interpretación del pasado.
Pero no podemos concluir estas líneas sin recordar aquellas jornadas de las Juventudes Comunistas en marzo de 2013 en las que un asistente preguntó a Pablo Iglesias:
–¿Hasta qué punto queremos que nuestro movimiento social esté basado en herramientas de propaganda equivalentes a las de los opresores? En otras palabras, tal vez deberíamos plantearnos si lo que queremos es propaganda o educar.
Ésta fue la respuesta de Iglesias:
–Propaganda, sin lugar a dudas. Educar, cuando controlemos un Ministerio de Educación.