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Jesús Laínz

Apología del comunismo

Los últimos restos del naufragio socialista siguen cautivando la imaginación de millones de pijos occidentales, españoles sobre todo.

Los últimos restos del naufragio socialista siguen cautivando la imaginación de millones de pijos occidentales, españoles sobre todo.
Pablo Iglesias y Alberto Garzón, de espaldas | LD

En 1990, exactamente cincuenta años después de los hechos, Mijaíl Gorbachov admitió oficialmente que la NKVD había asesinado en 1940 a los miles de polacos enterrados en las fosas de Katyn, así como en las de Mednoye y Piatykhatky. Y dos años después Borís Yeltsin entregó al presidente polaco Lech Walesa los documentos firmados por Beria y Stalin en los que ordenaron aquella masacre.

Por el camino habían quedado ocultaciones de los gobiernos aliados para no entorpecer el esfuerzo de guerra contra Hitler, acusaciones falsas a los nazis en el juicio de Nuremberg y, sobre todo, confesiones arrancadas mediante tortura y varios oficiales alemanes ahorcados por un crimen que no cometieron.

Una minucia si se compara con el genocidio cometido por Stalin, en tiempo de paz y contra su propio pueblo, para meter en vereda a unos ucranianos que no mostraron todo el entusiasmo que hubieran debido ante el proceso de colectivización. Entre 1932 y 1933 murieron de hambre planificada por el Estado alrededor de tres millones de personas en lo que posteriormente sería bautizado como Holodomor ("matar de hambre" en ucraniano), uno de los episodios más espantosos de toda la historia de la Humanidad y que, sin embargo, casi nadie conoce. Y podríamos continuar con el horror del gulag soviético, con las decenas de millones de muertos a manos de Mao o Pol Pot y con mil y una maravillas más de la ideología política ganadora de la medalla de oro en producción de cadáveres. Pero todo esto no son más que unas breves notas al pie en una historia de los crímenes políticos casi monopolizada por los de los regímenes antagonistas del comunismo, sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial.

El eximio historiador francés Emmanuel Le Roy Ladurie, antiguo militante de los partidos comunista y socialista, resumió así este curioso desequilibrio:

Existe una amnesia hacia el pasado del comunismo, mientras que sobre el nazismo y sus secuelas, tanto las reales como las supuestas, lo que domina es la hipermnesia.

¿Cuáles son las causas de este desequilibrio? Le Roy Ladurie señaló que mientras que los campos nazis fueron fotografiados y publicitados por los vencedores de 1945, ningún ejército extranjero llegó a derribar y filmar el gulag soviético. A ello habría que añadir que los crímenes nazis fueron condenados con efectos universales y perdurables en el Juicio de Nuremberg, mientras que los de sus victoriosos enemigos fueron olvidados o al menos justificados. Finalmente, del mismo modo que las películas de John Wayne han hecho más por la consolidación de la nación estadounidense que todos los artículos de su Constitución, Hollywood lleva setenta años sacando jugo a la victoria sobre el nazismo, mientras que Katyn y el Holodomor no han tenido ni un Gerald Green que los novele ni un Stanley Kramer que los juzge ni un Steven Spielberg que los eleve a la cima del Oscar.

Por todos estos motivos el totalitarismo fascista, que cometió el insuperable error de perder la guerra, ha sido condenado a la ignominia eterna mientras que el totalitarismo socialista, que tuvo la suerte de estar en el bando vencedor, sigue gozando de una respetabilidad inmerecida. Y no sólo por sus enormes crímenes, sino también por tratarse de unos regímenes que tuvieron que levantar un muro, no para defenderse de los enemigos exteriores, sino para impedir que el paraíso proletario se les vaciara; y que, finalmente, acabaron derrumbándose por su propia ineficacia e injusticia.

A pesar de todo ello, los últimos restos del naufragio socialista, la estrábica China capitocomunista, la alucinante Corea, la paupérrima Cuba y la esperpéntica Venezuela, siguen cautivando la imaginación de millones de pijos occidentales, españoles sobre todo, de ignorancia sólo superada por su irresponsabilidad.

Lo trágico de este inconmensurable disparate es que la gran mayoría de incautos sólo acabarán dándose cuenta de su error cuando ya no haya curación para los males causados.

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