A finales de julio, uno de los que cortan el bacalao en Hollywood dio rienda suelta a un torrente de bilis antisemita, el tipo de estereotipo sobre los malignos judíos que cabe esperar de David Duke o de Mahmoud Ahmadinejad. ¿Es eso noticia?
Desde luego lo fue en 2006, cuando Mel Gibson, detenido en Malibú por conducir bajo los efectos del alcohol, quiso saber si el agente que formalizaba la detención era judío, y a continuación inició una diatriba antisemita: "Putos judíos", bramó. "Los judíos son responsables de todas las guerras del mundo".
Lo sucedido a partir de ese momento fue un huracán mediático de categoría cuatro. En cosa de una semana, según la base de datos de noticias Nexis, la cifra de artículos que contenían los términos "Mel Gibson" y "judíos" se había disparado a los 1.077. The New York Times informaba del incidente en una noticia de cabecera el 30 de julio, y la acompañaba con columnas mucho más largas los días 1 y 2 de agosto. La cobertura del Los Angeles Times aún era más amplia, con tres noticias de portada y otra media docena en el interior. Numerosas cabeceras más cubrían la diatriba de Gibson y sus consecuencias, incluyendo el Houston Chronicle, The New York Post o USA Today. Las televisiones cubrieron la historia emitiendo cantidades ingentes de segmentos sobre el tema durante esa primera semana.
En gran parte de la cobertura informativa y las opiniones de los medios había un tono general de repulsa. "No vamos a dejar a Mel Gibson ni el más mínimo beneficio de la duda", empezaba la columna de Eugene Robinson en The Washington Post. El llamamiento del agente artístico Ari Emanuel a no dar papeles a Gibson fue ampliamente destacado: "La gente del mundo del espectáculo, sean judíos o gentiles, tiene que demostrar que entiende lo mucho que hay en juego condenando al ostracismo profesional a Mel Gibson y negándose a trabajar con él", escribió Emanuel en una carta abierta al Huffington Post.
En "The View", Bárbara Walters anunció que no iba a ver más películas de Gibson, mientras Slate explicaba "Cómo boicotear a Mel Gibson". Brooke Anderson, el copresentador de "Showbiz Tonight" en la CNN, describió "la súbita explosión de escándalo entre algunas de las personas más influyentes de Hollywood que ahora dicen que no van a trabajar más con Mel Gibson". Como confirmando la idea, la cadena ABC cancelaba una mini-serie ambientada en el Holocausto que venía grabando con Gibson.
Para que quede claro: todo esto sucedió en la semana posterior a la detención de Gibson el 28 de julio.
Pero cuando casi cuatro años más tarde, otra cara conocida de Hollywood lanzó una diatriba antisemita, la reacción no ha podido ser más distinta. En una entrevista el 25 julio con el Sunday Times de Londres, el director Oliver Stone se quejó de que "el control judío de los medios de comunicación" se centra demasiado en el Holocausto, e impide a los estadounidenses comprender a Hitler (y a Stalin) "dentro de un contexto"; un error que pretende enderezar en un documental que está grabando para Showtime. Stone describía a estos judíos que controlan los medios como "el grupo de presión más poderoso de Washington": "trabajan mucho" para "estar encima de cada comentario" y son responsables de que "Israel lleve años jodiendo la política exterior de los Estados Unidos".
Tanto las palabras de Gibson culpando a los judíos por todas las guerras del mundo como las de Stone por el control judío sobre los medios de comunicación son claros ejemplos de antisemitismo sacados directamente de Los protocolos de los sabios de Sión y de la obra de Henry Ford El judío internacional. A diferencia de Gibson, sin embargo, Stone dio rienda suelta a suracismo completamente sobrio.
Pero lejos de provocar una tormenta mediática comparable, el fanatismo conspirativo-antisemita de Stone apenas provocó una suave brisa.
Siete días después de darse a conocer por primera vez sus palabras, Nexis había registrado menos de 150 noticias mencionando la tóxica retórica de Stone. En la ABC, la CBS o la NBC, los informativos pasaron por alto la noticia. The New York Times limitó su cobertura a dos breves en su página "Arts, Briefly" y muy pocos diarios más publicaron siquiera eso.
El magnate de los medios Haim Saban pidió a Showtime la cancelación del documental de Stone y publicó un breve mensaje en el Huffington Post invitando a Hollywood a dar a Stone "una vigorosa reprimenda con destino al país de la jubilación anticipada". Pero pocas voces en los medios secundaron la petición de Saban –ni una palabra de Slate, por ejemplo– y algunas se mostraron en contra: el bloguero de Los Angeles Times Patrick Goldstein aseguró que la idea "no era muy distinta" a "la infame lista negra de Hollywood de la década de los 50".
Gibson y Stone son culpables en la misma medida de participar del más puro antisemitismo (del que los dos "se disculparon" puntualmente), pero sólo Gibson fue enterrado bajo una avalancha informativa de condena y escándalo. ¿Cómo explicar esa evidente diferencia? Lo que es seguro es que los medios no creen que la obsesión contra los judíos sólo es intolerable cuando de un cristiano de derechas como Gibson se trata. No me cabe duda de que no pasaron por alto a propósito la diatriba de Stone sólo porque es el activista pluscuamperfecto de extrema izquierda.
Ciertamente, esa no puede ser la explicación de un doble rasero tan flagrante. ¿Verdad que no?