¿Cuál es el grupo de interés que está gastando la mayor cantidad de dinero en influir el resultado de las legislativas de 2010? La respuesta no es la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, al margen de los recientes ataques lanzados por el presidente Obama a las donaciones de campaña hechas por la Cámara. Tampoco se trata de la redde organizaciones de campaña pro-republicanos respaldada por Karl Rove, incluyendo American Crossroads y Crossroads GPS, colectivos que también han sido atacados por la Casa Blanca y han ocupado el candelero de la atención crítica de los medios.
En realidad, el colectivo no electoral que más ha gastado es la Federación Sindical Estadounidense de Funcionarios Estatales, Municipales y de Condado, que viene inyectando casi 88 millones de dólares en anuncios de televisión, publicidad telefónica y campañas de correo para promocionar a los candidatos demócratas.
"Estamos tirando la casa por la ventana", se jacta en el Wall Street Journal el secretario sindical de la AFSCME Gerald McEntee. "Y estamos totalmente encantados de hacerlo y nuestros miembros están totalmente encantados de gastar... es su dinero".
La Federación sindical AFSCME no es el único sindicato de empleados públicos "que está echando la casa por la ventana" para influenciar el resultado de los comicios parlamentarios. También lo está haciendo la Asociación Nacional de Educadores (NEA) y el Sindicato Internacional de Funcionarios de Servicios (SEIU), el mayor sindicato y los sindicatos de crecimiento más rápido del país, respectivamente. Juntos, los tres sindicatos de funcionarios públicos habrán gastado casi 172 millones de dólares en propaganda electoral en defensa de los demócratas en el transcurso de la campaña. Eso supera en más de 30 millones de dólares lo que la Cámara de Comercio y la red de Rove están destinando juntas a la campaña de 2010.
No voy a poner reparos a la atención prestada por los medios cuando organizaciones vinculadas al sector privado gastan grandes cantidades en propaganda electoral. Pero que los sindicatos de funcionarios sean los que gasten debería ser un escándalo mucho mayor. En realidad, tendría que ser un motivo serio de preocupación.
"¡Es su dinero!" anuncia el secretario sindical de la AFSCME, y los secretarios de la NEA y el SEIU estarán presumiblemente de acuerdo, pero ¿de dónde sale "su" dinero? ¿De los afiliados contentos que pagan por bienes y servicios que han adquirido voluntariamente? ¿De los beneficios ingresados en concepto de diseñar utilitarios más seguros, servir comidas más sabrosas o desarrollar combustibles más ecológicos? ¿De invertir con prudencia en el mercado? ¿De jugarse sus ahorros para abrir una empresa nueva o mantener competitiva una abierta?
Por supuesto que no. Cada dólar que el Gobierno paga a sus funcionarios es un dólar que el Gobierno ha sacado a alguien a través de los impuestos. Ahora mismo, el funcionario públicoestá ganando en general más en sueldo y prestaciones que los empleados comparables del sector privado: en el caso de los estadounidenses que trabajan en las instancias estatal y local de la administración pública, la remuneración total el pasado año alcanzó de media los 39,66 dólares la hora (un 45% más que la media del sector privado de 27,42 dólares). En el caso de los funcionarios federales, la media es aún mayor. Lo que significa que la federación sindical AFSCME y los demás sindicatos de funcionarios se están valiendo de 172 millones de dólares sacados al contribuyente para elegir a políticos que rapiñarán aún más dinero del contribuyente para ampliar aún más el sector privado, multiplicar la cifra de plazas de funcionario, y elevar sus salarios y dietas.
Las donaciones de campaña de los sindicatos de funcionarios, escribe el editor del National Review Rich Lowry, mueven "un bucle perpetuo de clientelismo a gran escala que se retroalimenta". Los sindicatos no sólo no lo niegan, lo pregonan a los cuatro vientos. "Nosotros somos los importantes", presume Larry Scanlon, el delegado de operaciones políticas en la federación sindical AFSCME. "Cuantos más miembros se afilian, más dinero entra, y más dinero tenemos para política".
En contraste con los sindicatos del sector privado, los sindicatos de funcionarios públicos pueden recompensar a los políticos que les dan lo que quieren y castigar a los que no. El Sindicato de Trabajadores del Sector de la Automoción no tiene ninguna influencia en la contratación o el despido del presidente de la Ford Motor Company, pero los sindicatos de funcionarios públicos como la AFSCME o la NEA se pueden valer del mecanismo político para ayudar a que salga elegida "la dirección" que tendrá que negociar con ellos. Los sindicatos hacen valer su influencia política para impulsar no sólo salarios y prestaciones cada vez más cuantiosos (incluyendo pensiones estratosféricas y planes de salud que están devorando los presupuestos de la administración), sino también para impulsar la contratación de funcionarios y que haya programas públicos más grandes.
El coste de la administración pública se ha disparado hasta la fecha parejo al crecimiento de los sindicatos de funcionarios públicos; y esos sindicatos no ocultan su confianza en la política para aumentar su riqueza y su poder. "Nosotros elegimos a nuestros jefes, así que tenemos que elegir a políticos que sean defensores nuestros y que pidan cuentas a los políticos", proclama la página web de la federación sindical AFSCME. "Nuestros empleos, nuestros sueldos y nuestras condiciones laborales están directamente vinculadas a la política". Ése es precisamente el problema.
El clientelismo de los sindicatos de funcionarios ha sido insano para la democracia estadounidense. "El poder de "elegir a nuestros jefes" ha convertido el empleo público en un partido desigual; favorable al crecimiento voraz del sector público y contrario a los contribuyentes del sector privado que lo financian. La Federación Sindical Estadounidense de Funcionarios Estatales, Municipales y de Condado puede estar "encantada" del impacto que tiene en la política estadounidense. Pero el resto de nosotros tendríamos que estar alarmados.