Un nuevo Dreyfus es un documental realizado por Cyrille Martin que cuestiona la sentencia sobre los atentados del 11-M. Dicho esto, es inevitable verlo. No exhibe efectos especiales ni dramáticas recreaciones ni ha requerido de grandes presupuestos de producción. Sólo necesitaba una importante labor de documentación cinematográfica impensable en España. El vídeo habría sido imposible sin el trabajo realizado durante tantos años por el inolvidable Fernando Múgica –el primero en advertir el engaño– en El Mundo y Luis del Pino en Libertad Digital. Un nuevo Dreyfus recoge lo ya investigado, resumido y explicado en innumerables ocasiones –todo es poco– por estos dos periodistas. La valiosa novedad es que lo haga.
Si merece la pena ver este documental es porque hay una persona más que no se cree la versión oficial de los atentados y encima es francés y de izquierdas. Esto molestó sobremanera a Ignacio Escolar cuando su periódico entrevistó hace meses al autor por otro asunto y salió a la luz la preparación del vídeo en el que, para más inri, nos citaba como fuente de inspiración. Tanto escoció el asunto que la noticia se esfumó y cerraron capítulo con un editorial de contrición. Esta es la segunda razón por la que merece la pena verlo y difundirlo.
El trabajo de Cyrill Martin me ha ayudado a recordar una vez más que todo lo sucedido antes del 11-M debía servir para encajar las piezas en sólo tres días. El diseño fue magistral. Criminal pero magistral.
Por aquel entonces era difícil no haber tenido noticia de las 13 mochilas explosivas que ETA habría querido colocar en la estación de esquí de Baqueira Beret. Igualmente, era casi imposible no conocer la famosa furgoneta de Cañaveras cargada con 500 kilos de explosivos destinados a Madrid. Diez días antes de la masacre de Madrid, el 1 de marzo de 2004, pudimos leer en la prensa titulares como este: "ETA planeaba atentar hoy entre Alcalá de Henares y Madrid" (ABC). Según la Policía –o eso dijeron– esa era la zona marcada en unos planos hallados en la furgoneta junto a varios croquis de vías férreas. Por si faltaban antecedentes, a finales de febrero de 2004, el CNI hasta llegó a la conclusión –o eso dijeron– de que ETA ya estaba preparada para detonar bombas de forma remota con teléfonos móviles tras haber solucionado un problema técnico de desfase. De hecho, ya lo había intentado hacer en el cementerio de Zarauz contra la cúpula del PP vasco a la que habría volado por los aires si les hubiera funcionado el letal invento. Eso sí, ETA no usaba el teléfono como un simple despertador con tarjeta SIM –o sea, con tarjeta de visita–, que para eso ya están los temporizadores de toda la vida. De modo que la misma pista etarra nos llevaría a la islamista a través de esa tarjeta SIM de visita que se usó en un teléfono… al que nadie llamaría desde un lugar alejado para hacer volar los trenes. El señuelo se encontró en una mochila-bomba que jamás habría estallado porque faltaba la conexión eléctrica, que además tenía metralla y que apareció en una comisaría como un níscalo en un pinar. Cuanto más cundiera la vía etarra más dura sería la caída.
También resulta difícil de olvidar el No a la Guerra español, el de las pegatinas en el Congreso, en los Goya, en las manifestaciones que acusaban a Aznar de criminal de guerra, el de aquella icónica "foto de las Azores". Por si fuera poco, cuatro meses antes del 11-M cayeron asesinados en Bagdad siete agentes españoles del CNI. A algunos no les quitó el sueño decir que lógicamente merecíamos un castigo. Estímulo-Respuesta.
Había que documentar antecedentes para ambas vías: la etarra y la islamista. Y las dos estaban perfectamente cubiertas para salir a escena en su momento justo. Pero no eran las únicas: había más de dos posibles salidas en el catálogo. Si alguien quisiera encontrar un hilo de investigación del 11-M ligado al narcotráfico lo encontraría. Si optara en cambio por una trama radicada en locales de alterne con implicaciones policiales, también lo hallaría. ¿Y en la extrema derecha? Por supuesto, también había madeja preparada para enredar. Y en Asturias, y en chabolas… Muchas de estas pistas estaban precocinadas por si alguien quería picar entre horas y aumentar así la confusión. Eran vías muertas, lugares en los que se han encontrado colegas de profesión y sus respectivas fuentes: unos llegando, otros saliendo y algunos viviendo. Nada que ver con aquellas que iban a conseguir los efectos perseguidos: el triunfo de la autoría islamista y, por supuesto, el estrepitoso fracaso de la etarra. Era crucial que se cumplieran las dos. Las intermedias quedarían colocadas en el terreno conspiranoico como demostración de lo ridículo de algunas investigaciones. Fue Javier Gómez Bermúdez el que narró ese acto del macabro sainete, el encargado de repartir mensajes a los muchos comensales con los que compartió mesa, mantel y a los que dirigió palabras de aliento antes de encerrarse a juzgar en esa soledad tan abarrotada de sombras.
"No sólo las autoridades sino el pueblo español tienen claro que ha sido obra de ETA", se escucha decir a un corresponsal francés en Madrid durante un informativo al que alude Cyrille Martin en su cinta. Esa era la clave. Cuanto más arraigara esta idea más posibilidades de éxito tenía el giro final, el golpe. Llegado el momento sólo había que cambiar el guión para que todo, absolutamente todo, pasara de las txapelas a los turbantes. El aparente rigor formal sólo necesitaba estar vivo unas horas. Cyrille Martin lo recuerda con acierto al evocar la cobertura de la cadena SER: "La noticia falsa de los terroristas suicidas y otras noticias desconcertantes aumentaron el ambiente de confusión durante los primeros días". Después habría que taparlo pero en eso ya hay muchos especialistas en España aunque últimamente estén a la gresca –o eso dicen– a cuenta del destape de las claocas. Pero si Martin asume que aquella noticia era falsa echo de menos que se pregunte por qué. ¿Lo hacía la SER a conciencia? ¿Cree que estaba manipulada desde fuera? ¿A qué conclusión llega Martin? Parece que lo reduce a la mera competencia editorial. Es simple, pero hasta en eso demuestra que conoce bien a todos los actores de su película.
Sorprende y consuela ver, fuera de esta casa, tan severo cuestionamiento de las prácticas de investigación judicial del 11-M: "Ningún testimonio contra Zougam es fiable y en realidad nadie vio a los miembros del supuesto comando en los trenes, ni a Zougam ni a los otros siete". En la pantalla, todas las pruebas falsas se van borrando de un gráfico enmarañado que la sentencia logró simplificar hasta llegar a un crimen cometido sin arma homicida, sin escenario –los vagones fueron destruidos antes incluso de que todos los cadáveres fueran identificados– sin testimonios o con testigos falsos, sin autor intelectual y con autores materiales muertos en circunstancias no documentadas, sin autopsia. Bueno, y con el omnipresente Jamal Zougam, a quien el autor califica como el nuevo Dreyfus.
Libertad Digital jamás fue a buscar una autoría determinada de los atentados por mucho que nos quisieran llevar a ello, que lo hicieron. La realidad nunca nos estropeó un titular y quizá por ello llegamos a ser tan molestos y ahora tan útiles. Cyrille Martin se declara más proclive a la versión que en su día esbozó Fernando Múgica: el aprovechamiento exterior de sendas tramas en PP y PSOE en torno a un atentado terrorista etarra próximo a las elecciones del 14 de marzo de 2004. En lo que estamos de acuerdo, y es lo único que me importa trece años después, es en que la sentencia no descubrió la verdad, la ocultó. Se consintió, mientras no se dirigía, la manipulación de pruebas, su desaparición y hasta su fabricación. Trece años después siguen vivas las mismas preguntas y ya hasta las formulan otros.
En España, si un médico tiene acento extranjero o necesita traductor, se le presupone mejor formación que al de la consulta de la esquina. Somos así. Hoy hay un francés más preocupado por lo que pasó que muchos españoles y que todos los políticos. Aunque la Verdad, como los niños, no vendrá de París, por si acaso, empecemos a preguntar: Qui a eté l’assasin? Qui l’a fait? Qui est coupable?