"Ha muerto la democracia" en Cataluña, dijo la vicepresidenta del Gobierno en una rueda de prensa que fue más bien retransmisión simultánea del golpe de Barcelona. Pero la grandilocuencia oficial no fue acompañada de un escarmiento a la altura. Se quedó en quejoso obituario y en dejar la pelota del Ejecutivo en el tejado del Constitucional. Tras el enojado lamento trufado de adjetivos imposibles –"es una vergüenza democrática"–, el Gobierno cedió la palabra sólo a dos medios de comunicación: La Vanguardia y TV3. Un día histórico.
La clave de todo está en la fe y la proporcionalidad. Lo primero supone creer en Mariano Rajoy, que hará "todo lo que sea necesario". Creer sin palpar, sin preguntar qué y obviando la vieja discusión sobre la omnipotencia, atributo de Dios, que puede lo bueno y puede lo malo.
Pero más allá de la ciega confianza hay que pensar en la proporcionalidad, cuestión que parece preocupar mucho desde aquella portada de El País tras el 11 de septiembre, el de Nueva York. ¿El mundo en vilo a la espera de las represalias de Rajoy? No, eso nunca más. La respuesta ha de ser proporcional y si "ha muerto la democracia" lo propio es elevar escritos y dejar que una sesión parlamentaria se convierta en un golpe –calificado así ya de forma oficial por el Gobierno de España– para que el Consejo de Estado y el Tribunal Constitucional lo estudien. Hacer otra cosa supondría arrancar los tanques porque el artículo de la Constitución que nos protege de tales agresiones es innombrable y se colocó en la Ley de Leyes para contentar a los franquistas presentes, tardíos y por venir.
Muy poco después de "las 48 horas más negras de la democracia" (Martínez Maíllo) protagonizadas por "los carceleros de la democracia" (Cospedal), que acabaron matándola (Sáenz de Santamaría), lo que sucede en Las Vegas, en Las Vegas se queda y nuestros políticos nos regalan una escena de amigable charla, bromas y risas entre el líder de los secesionistas, Carles Puigdemont, y las airadas diputadas del PP de Cataluña Andrea Levi y Alicia Sánchez Camacho. El presidente de la Generalidad sirve un café de máquina completo –con azúcar y palito– a la condesa de la Camarga y el convite sirve para reírse de aquel "café para todos" de la Transición que, desde entonces, nadie ha querido afrontar con la seriedad necesaria. Y jajaja. Oye, que lo del golpe no quita para que sigamos siendo colegas –parecen decirse– ya se crisparán el resto del día los españolitos… nosotros, sólo en horario de oficina. Y otra vez jajaja y palmaditas de incontinencia ante el ocurrente chistecito del café.
El lunes seguiremos coleccionando adjetivos mal compuestos, alegorías ferroviarias, apuntes en el BOE y viviendo graves momentos, que no inéditos, de la historia de España.
Es la proporción: un clavel en el cañón o unas risas con Puigdemont.