Durante el viaje del Papa Francisco a Filipinas, la prensa le preguntó por los atentados de París contra el semanario Charlie Hebdo. En pleno vuelo, no sé sobre qué espacio aéreo pero desde las alturas, el Papa se dirigió a los periodistas con una parábola, figura utilizada por Jesús para ilustrar sus enseñanzas y que permanecieran fácilmente en la memoria.
"Es verdad que no se puede reaccionar violentamente, pero si Gasbarri (colaborador del Papa presente en el avión), gran amigo, dice una mala palabra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo. Es normal".
El Papa Bergoglio sospechó de la inteligencia de su auditorio y decidió explicar los términos reales de su parábola: "Puse este ejemplo para decir que en esto de la libertad de expresión hay límites, como con lo que dije de mi mamá".
Micrófono en mano, el Papa defendió la libertad de expresión y la de culto, trazó fronteras entre unas y otras, olvidó la libertad a secas –o con mayúsculas–, priorizó unos Mandamientos de la confesión que representa sobre otros y concluyó con la malhadada enseñanza que ya podría acuñarse como la Pastoral del Avión. "No se puede provocar –añadió– no se puede insultar la fe de los demás. No se puede". Ya, como que te matan. Tampoco se puede "ofender, o hacer la guerra, o asesinar en nombre de la propia religión o en nombre de Dios". Pues ahí lo tiene.
En París, y después de quedar claro que no tantos somos Charlie ni maldita falta que hace, el balance es de 17 asesinatos a los que me permito añadir tantos otros como el de Teo Van Gogh o los occidentales degollados delante de una cámara y por añadidura a todo aquel infiel que haya sufrido daño o persecución por parte de los guardianes del Corán. Buen puñetazo por unas viñetas. Ellos empezaron primero. Algo habrán hecho.
Bergoglio pasa de la otra mejilla al ojo por ojo impuesto por los que asesinaron en venganza por las ofensas al profeta, como gritaron ellos mismos mientras cosían a balazos a los periodistas y policías. Según el esquema de esta parábola, el detonante, la "provocación", el pecado original está pues, en las viñetas. Santo Padre, ¿y qué deberían hacer ahora los franceses que sienten algo más que una mala palabra a sus mamás? ¿Nada porque ya están ajustadas las cuentas y hay que cortar la espiral? ¿O qué sucederá si siguen rebanando cuellos y grabándolo en vídeo o volando sinagogas o supermercados? ¿Dependerá de si hay o no viñetas previas? Finalmente, ¿cuál es el mensaje a sus fieles ante cualquier material catalogable como blasfemo para el catolicismo?
Si en el terreno de las parábolas la mamá del Papa pudiera ser la Santa Madre Iglesia prefiero no rebuscar el significado literal del parabólico puñetazo porque retrasaría al catolicismo varios siglos y perdería esa evolución que algunos –los más optimistas–demandan al islamismo.
A este Papa le ha llegado la hora de pedir perdón por un acto propio, por sus palabras, no por errores pasados o ajenos, que siempre redundan en beneficio del que se aflige sin aparente culpa directa. Esta vez él ha creado el problema. Sin embargo, sospecho que no tardaremos en escuchar que hemos malinterpretado sus palabras.
En teoría, desde un avión y con un auditorio presente reducido no se puede hablar ex cathedra, condición para que se cumpla el dogma de la infalibilidad papal. Pero sus palabras sobre París no parecen fruto de improvisación ni se enmarcan en una conversación privada. Mejor, que viaje en silencio, medite, piense o lea antes de coger el micrófono. Ya dije que no podía ser bueno eso de tener dos Papas, dos reyes y dos directores de El Mundo. De la campechanía y de sus perversos efectos sabemos de sobra en España.