No ha nacido el político que vote como consecuencia del contenido de un discurso. Todo se negocia antes y queda cerrado se diga lo que se diga después. La prueba es la despedida de Mariano Rajoy en los turnos de réplica con Pablo Iglesias: "…Umm, y termino… porque ya…". Y se fue. Dijera lo que dijera, ya era presidente. Es como ver un partido de fútbol en diferido. Carece de todo interés y no deja lugar para la ilusión o la sorpresa ni, por supuesto, para un cambio en el marcador. Si se falló un penalti, se fallará por muchas veces que lo veamos. En lo práctico, entiendo que sea así. La vida parlamentaria no se reduce a la puesta en escena, momento en el que jamás se negocia nada pues está reservado al lucimiento de la oratoria, la horterada, la frase (mal) hecha, el número circense, la consigna y hasta el delito. Pero es triste que en la hora de los discursos, las réplicas y las dúplicas no quede un mísero boquerón por vender si la cosa se pone fea.
Mariano Rajoy debió defender más al PSOE de las garras de Podemos y hacerle menos amargo el trago. Sin embargo, prefirió aterciopelar a Pablo Iglesias, siguiendo lo que consideran una astuta estrategia. Algunos consultores –¡ay, los consultores!– han concluido que un Iglesias descafeinado y sonriente, casi dulce, seducirá al desorientado votante socialista pero seguirá apareciendo como amenaza para el votante del centro derecha. Un negocio redondo. Creen también, y parecen haber convencido a muchas personas, que tomarse a broma las bravatas del bolivariano es lo mejor que Rajoy puede hacer.
Pues con el puño en alto o la sonrisa del Joker, según convenga, Pablo Iglesias llamó delincuentes a los diputados, despreció "el honor del Congreso", como le reprochó la presidenta Ana Pastor –"no me debo a él", respondió–, pero invocó su Reglamento cuando, ocho horas después –muy tarde–, Rafael Hernando –debió ser Rajoy– trató de incluirle en el gremio delincuencial. Y Rajoy y sus consultores siguieron pensando que habían conseguido amansar a Iglesias porque fue cordial y hasta simpático en las réplicas. Cordialísimo y exquisito, le lanzó a la cara al candidato el SMS por el que cesó Pedro Jota y no él. Y las ironías de ida y vuelta rebotaron en las paredes y techos del Congreso, allí donde señaló Rivera para mostrar los balazos del 23-F, que eso fue un golpe, no lo de la gestora. El diálogo Rajoy-Iglesias por el SMS a Bárcenas se aderezó con risas y aplausos, tuits y retuits… Tal es el espectáculo que los parlamentarios reservan al ciudadano cuando todo llega negociado desde los despachos y la votación no tiene demasiada importancia.
Una vez, Pedro Sánchez fue "ruiz" –Rajoy quiso decir "ruin" pero el berrinche le hizo patinar y no le faltaba razón– cuando en aquel debate televisado le dijo al candidato del PP que no era una persona honesta. Iglesias no. Iglesias no fue "ruiz" con el SMS ni, sobre todo, cuando se dirigió a la bancada popular para decir: "…y ustedes, cuando oigan la palabra delincuencia, cállense". En los bancos morados había cuatro condenados por delitos varios. Ahí siguen. En el colmo de la hipocresía también ellos abandonaron el Pleno a la orden del líder cuando el Reglamento del Congreso no amparó su cínica queja. Pero ellos saben protestar.
Boicotearon con violencia Rosa Díez, que fue diputada y fue socialista, y a Felipe González, que fue presidente del Gobierno pero, esta vez, ningún diputado se lo echó en cara a Iglesias. Nadie, tampoco el presidente en funciones y candidato a investir. ¿Dónde quedó el honor del Congreso de los Diputados?
El PSOE debió perder menos tiempo en justificar su historia o sacudirse el polvo del terremoto de Ferraz, que siempre es mejor mirar hacia delante que mentir o exagerar. Antonio Hernando estaba condenado a escucharse a sí mismo viajando del no-es-no a la abstención-resignación y eso no abre demasiadas puertas a la Antología del Diario de Sesiones. Sin embargo, también Hernando dejó escapar vivo al que, probablemente, vacíe de votos su partido: Pablo Iglesias. Aunque, para ser honestos, si le llega a reprochar, por ejemplo, el boicot violento a Felipe González, le habrían llovido abucheos hasta de su bancada, pues muchos pedristas coinciden con Iglesias en que el ex presidente fue autor intelectual de lo que llaman Golpe.
Albert Rivera dijo muchas de las cosas que debieron decir Rajoy y hasta Hernando. Aunque la cercanía al poder suele diluir esencias políticas en favor de estrategias presuntamente superiores, lo cierto es que Rivera consiguió defender algo la democracia a la que algunos no quieren acostumbrarse. Erró al tratar de convencer a Iglesias de que no le hace falta rodear el Congreso porque está dentro y eso es imposible. Lógicamente, el de Podemos pensó: "sí, se puede" aunque no se atrevió a decirlo.
Y de todos los discursos, réplicas y dúplicas oídas en esta tercera intentona de investidura, escojo para terminar la soflama de Joan Tardá, el que otrora se encadenó a la COPE –Aturem la cadena de l’odi– junto al CAC que ahora hace migas y hasta gachas con la emisora. El separatista desplegó su catálogo de próximos –no inéditos– delitos que van desde el desacato a cualquier tribunal, vigente o por nacer, hasta el enésimo anuncio impune de República Catalana caiga quien caiga. Nadie estuvo a la altura de la gravedad. Es Tardá, es así... Nos hemos acostumbrado y no hay honorabilidad del Congreso ni artículo de su Reglamento ni queja parlamentaria que impida estas agresiones. Por no haber no había ni diputados suficientes escuchando sus insultos y dispuestos a frenarlo.
Si todas estas cosas sucedieron y seguirán sucediendo dentro del Congreso de los Diputados no hará mucha falta rodearlo y, en todo caso, esa sería la única incógnita de lo que pueda ocurrir este sábado por la tarde. Hay mucho "ruiz" suelto dentro y fuera pero, ¿y el honor del Congreso al que hizo referencia Ana Pastor? Pues en funciones, tan maltrecho como el coraje de sus miembros. Y parece que va para largo.